Nacer (y sobrevivir) en la línea del frente en la Franja de Gaza

Columnas de humo se elevan sobre los edificios tras un bombardeo del Ejército israelí en el este de Gaza capital, en la franja de Gaza, hoy, jueves 24 de julio de 2014. Foto: EFE

Columnas de humo se elevan sobre los edificios tras un bombardeo del Ejército israelí en el este de Gaza capital, en la franja de Gaza, hoy, jueves 24 de julio de 2014. Foto: EFE

Vista de manchas de sangre en la escuela de la localidad de Beit Hanún, en el norte de Gaza hoy 24 de julio de 2014. La escuela fue bombardeada ayer por el ejército israelí y que dejó 13 muertos, entre ellos varios niños, y más de una treintena resultaron heridos. Foto: EFE

Afaf, pureza en árabe, es la reina de un sótano oscuro y gris en el que se apiñan 14 niños, seis adolescentes, cuatro mujeres y una anciana tuerta de mirada insomne y sonrisa límpida.

La de su madre, Hanan -22 años, tez morena, ojos brunos- apenas logra esbozarse, cautiva del dolor que aún siente bajo el abdomen al caminar, y de las más de 16 largas noches que ha pasado en permanente vela.

Son los mismos que lleva refugiada, junto a una treintena de familias, en los bajos de un complejo de torres de hormigón cetrino que se elevan sobre una de las colinas de la localidad gazatí de Beit Janun.

Desde ellas se divisa, sin apenas esfuerzo, el abigarrado puerto israelí de Ashdod y el extrarradio de la vecina localidad de Beit Lahia, de la que tuvieron que huir cuando los aviones de combate israelíes comenzaron a vomitar su letal carga.

Columnas de humo se elevan sobre los edificios tras un bombardeo del Ejército israelí en el este de Gaza capital, en la franja de Gaza, hoy, jueves 24 de julio de 2014. Foto: EFE

"Los dolores de parto me llegaron de noche, en medio de los bombardeos. Tratamos de llamar a una ambulancia, pero no podían venir porque aquella noche eran mucho más fuerte, era horrible", rememora con apenas un hilo de voz.

"Aquí no tenemos coche. No hay gasolina. No tenemos agua y electricidad solo cuatro horas al día. Pero logramos que vinieran a buscarnos y nos llevaran al hospital de Auda", próximo al campo de refugiados de Jabalia y al alcance de los proyectiles, le ayuda su marido Omar, de 24 años recién cumplidos.

En brazos de su abuela, Salma -45 años-, envuelta en una peluda manta de colores -pese al calor-, y tocada con una capucha bordada rosa, Afaf se agita y chilla, quizá de calor, quizá de hambre, inocente en el quinto día de una vida -otra más en Palestina- que no ha conocido un solo instante de paz.

El destino, compañero cruel de aquellos que han sido condenados a la miseria y el olvido, quiso que naciera el pasado jueves, en el mismo frente de batalla, al tiempo que soldados y tanques israelíes violaban la vecina verja que aisla la franja y sus orugas hollaban, por segunda vez en cinco años, Gaza.

Carros de combate cuyos cañones, que regurgitan proyectiles de 120 mm, son aún visibles desde este bloque de apartamentos, ahora espectral, que dos semanas atrás resonaba con las risas y las peleas cotidianas de más de 250 familias.

"Estamos cansados de huir. Llevamos toda la vida haciéndolo. Aquí no hay paz. Pero, ¿dónde la hay?", explica Hisham, de 49 años y bigote tupido, a la puerta de un edificio salteado de impactos de metralla, ropa colgada y plantas marchitas en el ventana.

Una familia palestina, que huyó de la escuela de la ONU que fue alcanzada por un proyectil de un tanque israelí, llega al hospital de Beit Hanun, el 24 de julio de 2014. Foto: EFE

A sus pies, entre cascotes y cristales arrancados por ambiciones políticas, la sombra famélica de un gato dormita y los niños se asoman a la puerta, vencido el temor a las metralletas -que resuenan demasiado cercanas- por esa inocente curiosidad que a veces regala la infancia.

"Mi familia tuvo que huir en el 48 y refugiarse en Cisjordania. Y volver a huir y refugiarse aquí en el 67. No tenemos nada, y lo poco que logramos tener nos lo quitan al poco tiempo", se queja Hisham mientras en la escalera unos pocos cuerpos se desperezan.

El rellano, dice, es el lugar más seguro, una escalera sucia y descascarillada de 10 peldaños salteada de hombres que roncan o remolonean, mientras el sol de la mañana asciende en el horizonte entre el silbo de los misiles y las balas.

"Aquí tenemos comida y agua. El dueño del supermercado se fue pero nos dejó la puerta abierta. Cuando esto termine volveremos a nuestra casa, a ver qué queda de ella", agrega.

"Queremos un alto el fuego. No nos importa cómo o quién gana. Somos simples civiles que quieren vivir, volver a casa y trabajar", sentencia.

Omar, peluquero de profesión, sonríe algunos metros más allá, antes de dejar caer un largo lamento que, sin embargo, no ensombrece su orgullo de padre primerizo. Título que le permite ser el único con acceso franco al refugio de las mujeres.

"No tenemos leche para la niña y mi mujer está muy cansada, pero sobreviviremos", afirma, antes de que la pregunta sobre qué futuro le espera a Afaf le suma en un prolongado instante de confusión y duda.

"Aquí solo luchamos para que nuestros hijos tengan un futuro mejor que el nuestro", replica.

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