Hace veinte años cayó el muro de Berlín. Duró 28 años; se levantó en una noche del 61, cayó en un día del 89. En poco tiempo sucumbió el bloque socialista, se hundió la URSS. Cayó el “telón de acero”, término de Goebbels retomado por Churchill para señalar la separación entre bloques que sucedió a la Segunda Guerra Mundial.
Fue un muro endeble, sustentado en el poder de la URSS. Al debilitarse este en el curso de la Guerra Fría, por la hegemonía de Estados Unidos y el tedio burocrático del “socialismo real”, bastaba un soplo de entusiasmo para derrumbarlo.
Las murallas han sido una obsesión de los imperios. Por siglos, se amurallaron las ciudades. Pero en materia de murallas, la china es obra excelsa. Empezó a construirse en el siglo VI a. C. y concluyó en el XVI d. C.
La levantaron millones de trabajadores alimentados por otros millones de campesinos sometidos a emperadores de sucesivas dinastías. En su mejor época, la custodiaban un millón de guerreros. En 1644, los manchúes quebraron sus defensas. Y ahí sigue como símbolo del relativo poderío humano, aunque no se la puede ver desde la Luna, como quisiera el mito.
Se continúan levantando murallas. En Gaza, en la frontera entre México y Estados Unidos, en el enclave español de Melilla: ¡siempre se quiere detener a los bárbaros!
Hay murallas de acero, de cemento, de ladrillo y aun de papel, las leyes para detener a los nuevos bárbaros, los trabajadores emigrantes. ¿Cuánto resistirán esas murallas?
El miedo impele a construir muros para detener a los extraños que amenazan. Un tema inquietante de la sociología contemporánea es la tendencia al enclaustramiento: las murallas en torno a los barrios acomodados, o para aislar las favelas.
Con la caída del muro de Berlín se terminaron algunas ilusiones y formas de hacer política, y no solo para la izquierda. A inicios del siglo pasado Lenin en su ¿Qué hacer? proponía forjar un partido de conspiradores profesionales para tomarse el poder, es decir, el Palacio de Invierno, e instaurar la dictadura del proletariado. Hoy se sabe que el poder no se concentra en ningún palacio, que es difuso, global y permea toda la sociedad. Políticamente, el fin a conquistar es la democracia.
Se acabaron los marxismos, pero los espectros de Marx todavía recorren la Tierra.
A veinte años de distancia de Berlín 89, la crisis mundial muestra el otro rostro del conflicto moderno. ¿Qué pasará con los trabajadores al cierre de las fábricas de General Motors en Europa? ¿Qué, con los trabajadores inmigrantes? ¿Qué, con el estado de bienestar? Social y económicamente, el fin a conquistar es la equidad, la justicia social.
Cabe imaginar nuevas formas sociales. Para ello, hay que derruir otros muros, creados por intereses particularistas e ideas fijas. E inventar nuevos modos de acción política.
Columnista invitado