El Mercurio, Chile, GDA, y Redacción Mundo
Ya oscurece en Berlín, comienza a lloviznar, pero el artista plástico italiano Fulvio Pinna tiene poco tiempo y mucho trabajo por delante. Frente a un muro blanco, pinta un fino trazo color rojo.
“Es una gran emoción volver al Muro de Berlín casi 20 años después de que pinté por primera vez aquí mi obra”, dice Pinna frente a los bosquejos de Himno a la Felicidad, uno de los 106 grafitis que forman parte de la East Side Gallery. Este es un colorido segmento de 1 316 metros del Muro a orillas del río Spree, que alberga algunos de los íconos más representativos de la reunificación alemana. “Con esta pintura estoy diciendo a las futuras generaciones del mundo ‘basta de las dictaduras’. Estoy muy feliz de trascender a través de mi obra”.
Pinna fue invitado a restaurar su mural por el Municipio de Berlín, que quiere recuperar de la erosión y el vandalismo este tramo -el más largo que queda en pie de los 43 kilómetros que dividieron en dos la ciudad, entre 1961 y el 9 de noviembre de 1989.
Para hacerse una idea de cómo era realmente el Muro, el mejor punto de partida es la Bernauer Strasse, un barrio residencial que el 14 de agosto de 1961 fue dividido en dos, dejando a vecinos y familiares separados por las barreras de concreto.
Gracias a un sacerdote local que resguardó el sitio, todavía quedan segmentos de la antigua franja fronteriza con su profundidad original. Están ubicados el Memorial del Muro, el Centro de Documentación y la Capilla de la Reconciliación.
Una serie de placas recuerda la desesperación de los ciudadanos de la ex RDA que murieron intentando cruzar, tirándose por las ventanas de los edificios del lado oriental. Y ante el Memorial existe una zona reinstalada del muro, en donde se puede apreciar desde una torre de vigilancia cómo era la Todesstreifen, la ‘franja de la muerte’, con sus vallas eléctricas, ‘erizos’ metálicos, reflectores y puestos de guardia. Tétrico.
La nostalgia por la ex RDA existe
La ‘Ostalgie’ o nostalgia de la extinta República Democrática Alemana (RDA) ha alcanzado una fuerza impresionante en Berlín, justo en un momento en el que el mundo se apresta a celebrar el vigésimo aniversario de la caída del Muro y el fin de la división alemana.
En algunos bares no se sirve Coca-Cola, sino Vita Cola, original de la Alemania comunista, los pepinillos del Spreewald, orgullo de la RDA, se consumen en cantidades ingentes, al igual que la cerveza Radeberger.
En la capital alemana se puede dar un paseo en ‘Trabi’, el coche que se convirtió en ícono de la RDA, y dormir en el ‘Ostel’, un hotel de fiel decoración germano-oriental situado junto a la estación Ostbahnhof, por donde atravesaba el ‘muro de la vergüenza’.
“No ofrecemos ni confort ni lujo”, recalca uno de sus fundadores, Daniel Helbig. Sus habitaciones no tienen teléfono, minibar ni televisión, pero cada una de ellas está graciosamente decorada y cuenta con una radio diferente y una selección de libros. “En la Alemania comunista no era todo gris y había una mayor selección de productos de lo que la gente piensa”, agrega. Berlín ha sabido detectar el filón que la RDA representa para atraer el turismo.