Román Correa está convencido de que las festividades de Navidad y de Año Nuevo trajeron una tregua y que los juegos pirotécnicos y los papeles de colores reemplazan temporalmente a las balas en la Comuna 13. Esta barriada es la más peligrosa de Medellín, la ciudad con el mayor número de homicidios en Colombia.
15 días atrás, dice, se escuchó la última balacera en este sector enclavado en las laderas del suroeste de la capital del departamento de Antioquia, en el cual 150 ‘combos’ (clanes delincuenciales) operan y libran una guerra de años. Los más violentos son los grupos liderados por los capos Erick Vargas, alias ‘Sebastián’, y Maximiliano Bonilla, conocido como ‘Valenciano’.
Uno y otro tenían lazos criminales con el cabecilla paramilitar Diego Fernando Murillo, ‘Don Berna’, quien fue extraditado a EE.UU. por el delito de narcotráfico y ya fue sentenciado a una pena de 29 años de prisión.
Pero el propietario del Mercado Larenera, una tienda de abarrotes en la esquina de la carrera 118 y la calle 39D, la más importante de la zona y que avanza serpenteante por la ladera, no se aventura a decir cuándo se romperá la paz artificial. En años anteriores ocurrió en las primeras fechas de enero. El hombre, de 48 años y que tiene su local comercial en el sitio desde 1998, insiste en que la Comuna 13 “sigue igual de peligrosa”, a pesar del patrullaje que realizan a diario 450 policías y de la presencia permanente de efectivos de la Policía Militar (PM), quienes residen en una casa de dos plantas en la 39D.
“Aquí nunca uno puede sentirse tranquilo”, remacha el vecino. En las calles de esta barriada de edificaciones de adobe y ladrillo se registra el 33% de los homicidios que se cometen en la segunda ciudad de Colombia, que hasta mediados de diciembre se cifraban en 1 949.
La mayoría de víctimas son hombres entre 18 y 25 años. En promedio en esta urbe ocurren 162 asesinatos por mes, que corresponde a una tasa de 83 muertes violentas por cada 100 000 habitantes, la más alta de este país. Empero, la estadística es inferior a la de 90 por cada 100 000 personas del 2009.
Unas cuadras más abajo, en el interior de la Distribuidora Ortiz, otro local comercial, Francisco Javier Pérez, de 47 años, e Israel García, de 54, comparten el pesimismo y los temores del tendero por la suerte de este arrabal, al que llegaron hace 25 años. Ambos no recomiendan a nadie subir a la parte más alta de este colmenar de tono rojizo en el cual viven unas 134 000 personas.
“Día y noche hay balaceras de los policías y las bandas o entre estas”, menciona García, que agradece que las festividades aplaquen la violencia por un par de semanas. El hombre, desempleado, señala que la guerra que libran los ‘combos’ alcanzó su más alto pico en agosto y septiembre pasados y obligó a la intervención de la Fuerza Pública, que retomó el control de la zona.
En la acera de enfrente vigila un grupo de gendarmes. El policía Durbey Blandón se desmarca del hermetismo de los integrantes de la PM. Explica que la actividad que realizan apunta a promover entre los jóvenes del sector el programa ‘Delinquir no paga’, para desalentarlos a no integrar los clanes criminales, que nutren sus filas con chicos de barrios marginales como la Comuna 13.