Tun Channareth está sentado en su silla de ruedas, con el pecho desnudo, ante la casa de los jesuitas en Phnom Penh, tallando madera. Las figuras se expondrán en la octava conferencia para la prohibición de las minas antipersona, que arrancó el lunes, 28 de noviembre, y que durante cinco días reunirá a representantes de 158 países en la capital camboyana.
Tun Channareth estará en primera fila. El camboyano tenía 22 años y era soldado cuando en 1982 pisó una mina antipersonal. La explosión hizo que perdiera media pierna. Durante cinco años sufrío duras depresiones, incapaz de trabajar, atrapado en un campamento para refugiados en la frontera entre Tailandia y Camboya. Hoy es un hombre nuevo.
En nombre de la campaña internacional para la prohibición de minas antipersona recibió el premio Nobel de la Paz y se ha reunido con el Papa y muchos políticos mundiales. Ha contribuido a que el mundo sea un poco más seguro.
Tun Channareth comenzó a reorganizar su vida cuando un día, su hambrienta hija le pidió dinero para comer y no pudo darle nada. “De pronto se me saltaron las lágrimas”, recuerda. Así que inició una formación profesional y regresó con su familia a Phnom Penh, donde reparaba motores, radios y televisiones. Después diseñó y construyó sillas de ruedas, un trabajo que consiguió a través del servicio jesuita para los refugiados. Allí también comenzó su compromiso con la lucha contra las minas antipersona.
Entró a formar parte de un equipo camboyano que reunió dos millones de firmas y pronto comenzó también a hacer campaña para la prohibición de estas armas a nivel internacional. Emplea su señalado cuerpo para presionar a los políticos a acabar con las minas antipersona. En diciembre de 1997 se presentó en Ottawa un acuerdo para la prohibición de estas armas, listo para ser firmado. Tun cuenta que no durmió durante siete días. Esperaba ante las salas, aguardando a los delegados. Y su paciencia fue recompensada: el mundo decidió -en su mayoría- que las minas antipersona son intolerables. En total, 158 países firmaron el pacto que prohíbe estas armas.
Ese mismo año, la campaña internacional para la prohibición de minas antipersona y su coordinadora, Jody Williams, fueron distinguidos con el premio Nobel de la Paz. Tun fue elegido para recibir personalmente el galardón. “Yo digo no, no se trata sólo de las minas antipersona. Ahora debemos prohibir las bombas de racimo”, afirmó Tun. “No quiero que otras personas sufran lo que sufrí yo”.
A día de hoy, 111 países han firmado la convención contra las bombas de racimo. A partir del lunes, los participantes de la conferencia en Phnom Penh debatirán sobre la ampliación del plazo fijado por los países firmantes para eliminar las minas y destruir las existencias almacenadas. Además, se hablará de la ayuda para las víctimas. Y en este terreno, Tun también es muy activo.
El camboyano recorre su país pueblo a pueblo reparando sillas de ruedas. “Pero sé que la silla de rueda s en sí no es tan importante”, declara. Lo más importante es que la gente “se vea y se tome en serio cada día, cada mes, cada año”. Algunas víctimas se hallan sumidas en una depresión, como le sucedió a él mismo. “Empezamos desde cero (…) e intentamos dar esperanza”, explica. Una vez que la gente tiene esperanza, puede reconstruir su vida.