Corresponsal en Buenos Aires
Habla mirando siempre hacia abajo. Luego levanta la mirada, como si el ritmo de la frase se volviera indetenible. No hay marcha atrás y su palabra, como su prosa, encandila, provoca, golpea. ¿Con furia, desazón, provocación? ¿Qué palabra puede definir a Fernando Vallejo? ¿Qué responder cuando mira a los ojos, como en un remate de volea?
Él es el colombiano que dejó de ser colombiano. Un artículo suyo contra el clero, en el 2007, le valió un juicio. Para pedir la nacionalidad mexicana, escribió que “de pequeño descubrí que Colombia era un país asesino, el más asesino de todos, luego me di cuenta de que era un país atropellador y mezquino; ahora, con la reelección de Uribe, descubrí que era un país imbécil”.
Vallejo estuvo de paso por Buenos Aires para presentar su última novela. Es el provocador de siempre. Tanto lo es, que al ver el título a secas, muchos suponen que será “un buen libro”, de esos “que dejan enseñanzas”. Y aunque suene a autoayuda, El don de la Vida (tal es el título) es todo menos eso.
Desde la primera línea puede ser una bofetada a las almas bien intencionadas: “¿Quién tiene la verga más grande en este bar de maricas?, pregunté al entrar todo borracho y me trajeron a un muchacho”. El don de la vida es, en realidad, el camino a la muerte, que es el regalo más preciado de la vida para el autor/narrador.
Vallejo no lo disimula: él y el narrador son el mismo. Es su principio y también parte de su desprecio. “Yo no creo más en la novela en tercera persona, omnisciente. Sino en la novela de primera persona, que dice “yo” por las limitaciones que tiene, que son inmensas, que son de cada uno de nosotros porque no podemos penetrar en el pensamiento de los demás, no podemos reproducir diálogos inmensos como si tuviéramos un grabador”, dice.
Por eso, quizá, lo interesante de ‘El don de la vida’ es que sea el propio narrador quien narre su muerte. ¿Cómo? Mejor será leer el libro que es un constante viaje hacia ataques cardíacos.
Más vale conocer el principio del porqué Vallejo decidió hacerlo: “La forma de hacer este libro es diferente a las otras novelas que he escrito. Digo en primera persona lo que es imposible: yo me morí. Para un escritor de tercera persona es fácil contar la muerte de otros. ¿Cómo una persona que toda su vida puede decir “yo”, no puede decir: yo me morí?”.
Harto de la literatura, harto de las novelas, harto de Cristina Fernández de Kirchner, harto de Hugo Chávez, muy harto de Álvaro Uribe, del Papa, del cristianismo, del judaísmo, del islamismo, de Borges, de García Márquez (“par de huevones”), de Colombia, de la familia. Solo amor a los animales, eso tiene Vallejo para mostrar en su reciente obra.
Y en este libro, la muerte porque “es lo único que tengo que decir, porque es lo que estoy sintiendo. Me estoy muriendo de a poquito y a veces me pregunto si en realidad estoy vivo o no. Parece que sí, pero para la literatura de lo único que podría escribir es de este tema. Y no creo que logre encontrar otra forma”.
Su personaje, extrañamente, confecciona un listado de muertes que crece innumerablemente por orden alfabético. Serán 750. Y se puede escribir otro listado.