“Sucia (…) sunnita…” . Así comenzaban cada día las sesiones de tortura infligidas a Jumana N., una joven siria de 28 años, activista del movimiento no violento anti régimen y que mañana asistirá a la conferencia de Montreux, en Suiza, la esperada Ginebra 2.
Jumana estuvo durante semanas en un cuartel de represión del régimen de Damasco y conversó con la agencia de noticias ANSA en Beirut.
El testimonio de la joven es atroz pero las torturas sufridas no le quitaron la vida, como en cambio le sucedió a miles de jóvenes -opositores, activistas y gente común- encerrados en las cárceles secretas de Bashar al Assad.
Algunas de estas violaciones -desde décadas conocidas por las organizaciones internacionales y lectores informados- fueron denunciadas por un equipo de juristas, científicos forenses, antropólogos y expertos de imágenes digitales convocados a opinar sobre 50 mil fotos sobre 11 mil personas torturadas y asesinadas.
La fuente es un testigo, ex empleado de una de las agencias de represión que huyó junto con la documentación.
El inicio al mismo tiempo de la esperada reunión suiza aseguró un amplio destaque mediático del contenido del informe de los expertos entregado a un estudio legal de Londres.
“Mientras me torturaban nunca me pidieron que confesara algún delito. Lo hicieron sólo para causarme dolor y mostrar su odio” , contó a ANSA Jumana N., en una entrevista realizada en Beirut.
La joven es una investigadora física con una tesis de doctorada terminada pero nunca debatida en la Universidad de Damasco debido a la guerra en curso.
“Cada día, a horarios distintos, me llamaban de la celda de aislamiento y me conducían a una habitación donde no había tele cámaras y donde mis torturadores eran libres de hacer más de lo que querían” , afirma Jumana, por tercera vez, en tres años, arrestada por los servicios de represión de Assad.
La primera, durante tres días, en 2011: “organizaba las manifestaciones anti-régimen, fui denunciada por un colaboracionista que tomó el número de la placa de mi auto”, cuenta.
La segunda vez en 2012, “cuando llevaba juguetes a los niños de la Ghuta” , la zona periférica a este de Damasco, agrega Jumana.
“Fui detenida en un puesto de bloqueo y permanecía en la cárcel por dos meses. En esa época no torturaban a las muchachas”, afirma.
La última detención se produjo en el verano (boreal) pasado, también en un puesto de bloqueo al límite de la Ghuta. “Otras mujeres y yo llevábamos dinero a las familias. Para el régimen somos terroristas. Y como somos sunnitas, somos todas pagadas por Arabia Saudita. Ven el complot en todas partes”, asegura la joven.
Ella y otras activistas permanecieron más de tres meses en los sótanos del cuartel de los servicios de seguridad de la Aeronáutica, en el barrio periférico de Mezze.
Acerca de los verdugos, la joven cuenta que “nosotras nunca los vimos. Siempre estuve vendada durante las torturas. Empezaba haciéndome poner de rodillas. Y los insultos, siempre relacionados con el sexo y con la religión. Luego me ataban los brazos atrás de la espalda, sujetándome por los puños con una cuerda tensa sobre un trípode muy alto”. “Me tenían un poco alto de modo de que no pudiera apoyar los pies. Reían y me insultaban. Luego me tiraban al piso. Una práctica muy común son los golpes con tubos de goma en las plantas de los pies, en la espalda, en las piernas”, precisa Jumana.
La joven suspira al afirmar que “me trataron mejor que a otras… no usaron conmigo la picana”. Jumana habla de la muerte de algunas detenidas bajo la tortura. “Una se llamaba Alia. No tuve tiempo de conocerla”, recuerda.
Pero las “torturas peores son infligidas a los muchachos. Los desnudan y con ellos se ensañan sin piedad”, afirma, recordando haber escuchado gritos “que no parecían humanos” en los pasillos de la sección masculina. “La sangre corre literalmente por el piso de las habitaciones”, asegura.
Uno de ellos, Muhammad Kreydem, de Damasco, “murió de frío en la celda luego de haber sido debilitado por las torturas. Llamaron a la familia para decirles que vinieran a llevar sus documentos”, precisa.