El 29 de enero de 1985, el papa Juan Pablo II aterrizaba en el antiguo aeropuerto Mariscal Sucre.
Luego de besar suelo ecuatoriano, el pontífice agradeció el recibimiento e hizo énfasis en el gozo que le producía el estar en “la patria de Atahualpa, cuna de preclaros hijos de la Iglesia, como Mariana de Jesús, el Santo Hermano Miguel, Mercedes de Jesús Molina”, a quién beatificó en una ceremonia en Guayaquil.
También se refirió a los deberes y la importancia de los miembros de la Iglesia Católica en la construcción de la sociedad. “Estamos viviendo momentos cruciales para el futuro de esta nación y de este continente, y es por ello necesario que el cristiano, el católico, tome mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a sus deberes ciudadanos, se empeñe con renovado entusiasmo en construir una sociedad más justa, fraterna y acogedora” dijo.
A este acto le siguieron reuniones con el episcopado en la Catedral de Quito, la celebración de una misa en el estadio Olímpico Atahualpa, dirigida especialmente para los jóvenes a quienes llamó a seguir en compañía de Dios. “¡Jóvenes ecuatorianos!, de la mano con Cristo y acompañados por María, ¡marchad siempre adelante!”.
La multitudinaria eucaristía en la Cruz del Papa, como ahora se conoce al monumento que se encuentra en el parque de La Carolina, es quizá el evento más recordado por los ecuatorianos. Los 450 años de la evangelización de Ecuador congregó a miles de personas que escucharon a Juan Pablo II decir: “deseo abrazar en mí corazón y en la plegaría a toda la Iglesia que camina hacia el Padre en Quito; a toda la Iglesia en Ecuador”.
En Quito, el Papa también se reunió con autoridades gubernamentales, artistas, trabajadores y dio un mensaje a través de Radio Católica.
El 31 de enero se trasladaría a Latacunga para mantener una reunión con los indígenas, y continuar su viaje a Cuenca y Guayaquil. En el puerto principal, además, beatificó a Mercedes de Jesús Molina.
En esa ceremonia, el pontífice destacó a la “cristiana ejemplar, una educadora y misionera, la primera fundadora de una congregación religiosa ecuatoriana que como un inmenso rosal, según el sueño y la inspiración de la Madre, se extiende ya por diversas naciones, perfumando con su apostolado la Iglesia en América Latina”.
Antes de trasladarse al Perú, Juan Pablo II segundo bendijo al país y a sus habitantes.