“Mi vida volvió a empezar”, afirma con la cabeza erguida Thiago Elias Ferreira, uno de los presos que trabaja en las obras de reconstrucción del estadio de Belo Horizonte (sudeste de Brasil), una de las sedes del Mundial de fútbol-2014.
Con el rostro cuarteado por el sol y los ojos vidriosos, Thiago, de 26 años e integrante de un programa para reinserción de detenidos, se arrepiente de sus días de narcotraficante y ve en su trabajo como responsable por las herramientas “una gran oportunidad que pretendo nunca descartar”, según cuenta a la AFP.
Thiago es uno de los 16 presos de una cárcel de Belo Horizonte, la capital del estado de Minas Gerais y sexta ciudad de Brasil, que despiertan diariamente a las 04:00 (06:00 GMT) para poner a puntojunto a otros 1 500 obreros al estadio ‘Mineirao’, que debe ser inaugurado a fines de 2012 para acoger la Copa de Confederaciones en 2013 y el Mundial en 2014.
A cambio de cada tres días trabajados, cada prisionero se beneficia con el descuento de un día de su pena.
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“Para nosotros que estamos en el (régimen) semiabierto es una gran oportunidad, Y ese es el momento final que tenemos que abrazar y prolongar durante nuestra vida. Porque si continuamos en el crimen se tienen dos caminos: la silla de ruedas o siete metros bajo tierra”, afirma.
Luego de dos años y cinco meses de cárcel, el joven está ansioso por salir en libertad en febrero y continuar trabajando en el ‘Mineirao’, donde le pagan unos 600 reales (unos 320 dólares) por mes con los que ayuda a mantener a su madre, esposa e hijo de un mes.
“Espero mostrarle (a mi hijo) todo lo que yo pasé para que no se meta en cosas malas como yo, y darle todo lo que no tuve en mi vida”, destaca al mostrar con orgullo las fotos de su pequeño guardadas en su teléfono celular. “Si Dios quiere voy a ser una persona exitosa en la vida”, augura.
Rondan las 11:00 en Belo Horizonte, y los operarios que realizan un trabajo de hormiga en medio del lodo y los escombros del ‘Mineirao’ comienzan a dejar las herramientas en el depósito que organiza Thiago para hacerse lugar en el comedor de la obra.
Allí les espera diariamente Francisco das Chagas Queiroz, más conocido entre los obreros como ‘Chiquinho’, un veterano empleado encargado de la organización de los servicios.
Francisco, de 52 años y que lleva más de 17 años preso por robar un banco, es uno de los empleados del mes, por su eficacia y dedicación al trabajo.
El reconocimiento de sus supervisores “es un honor muy grande”, señala con voz suave y tranquila mientras llena una planilla.
“Claro que vine aquí para marcar la diferencia. Y gracias a Dios conseguí hacer la diferencia y que a las personas les guste lo que hago. Fui promovido luego de 12 días (de trabajo) para ayudar a coordinar las cosas”, asegura.
“Trabajar en la obra para mí es un honor. Tener un destaque en una empresa grande (como la constructora Minas Arena). Es algo placentero”, dice, y subraya que espera continuar trabajando en la obra una vez que salga de la prisión en enero.
El popular empleado no se arrepiente de su crimen y afirma que “hoy soy lo que soy por las dificultades que pasé”.
Este ex comerciante lleva un día a día extenuante que comienza a las 05:00 en el estadio, continúa a las 18:00 en la Facultad de Enfermería, donde cursa el tercer semestre, y finaliza a las 23:30 con su retorno a la penitenciaría.
“Cuando se estudia afuera (de la cárcel) la resocialización es mejor”, opina.
Dando una mirada a su pasado, Francisco relata que comenzó a robar en la década de 1980 en su época de guerrillero durante la dictadura militar (1964-1985). Cuenta que entonces, por 1977 o 1978, conoció a la también ex guerrillera y hoy presidenta brasileña, Dilma Rousseff.
Rousseff “era terrible; en el buen sentido”, asegura. “Arriesgaba su vida, por las personas, por la causa de otros”, señala con admiración.
Sereno, ‘Chiquinho’ destaca que su liberación en enero será su “gran victoria”: “Uno está siempre esperando que llegue la hora”, dijo.