Phoenix, Arizona. Radio Onda 1190. Gabriel Villalobos, un híbrido narrador de fútbol con acento colombiano, le pone voz a la esperanza en su programa ‘Contacto Total’.
El sábado anterior. Varias familias de ecuatorianos se reunieron en Arizona. Mery Salazar preparó un exquisito plato de fritada.
Desde su micrófono ofrece cortos de aliento: “Solidaridad es la palabra del mundo en contra de la ley 1070 que criminaliza a los inmigrantes”’ “Crece el respaldo en contra de Arizona, el laboratorio inmigrante”.
Aprovecha la visita del cónsul ecuatoriano de Los Ángeles, Eddie Bedón, para invitarlo a dar su opinión, que es de un tajante rechazo a una ley que está haciendo temblar a los inmigrantes sin papeles. Bedón ofrece, además, un consulado móvil hasta que se instale una oficina consular en esa ciudad. La primera llamada es de Edilma Bedón, quien no tiene parentesco con el funcionario. Ella quiere saber cuándo funcionará el consulado móvil. “Lo venimos pidiendo desde hace tiempo, porque aquí estamos sufriendo persecución”.
Ella es riobambeña, la primera ecuatoriana que llama a la radio. En Arizona (más grande que Ecuador) viven 10 000 compatriotas, según la Cancillería.
Cristian, un joven quiteño de 19 años, espera hasta que Villalobos recuerde a sus radioescuchas que por Phoenix ya pasaron Shakira y el senador Luis Gutiérrez rechazando la ley firmada por la gobernadora republicana Jan Brewer.
Cristian es uno más de los ecuatorianos indocumentados que conforman un mínimo porcentaje del 10% de hispanos que viven en Arizona. El 90% es de origen mexicano.
A través de la radio se les pide a los inmigrantes que se quiten ese miedo y acudan al Capitolio a participar de la vigilia de 90 días, en rechazo a la ley que los criminaliza. Al siguiente día, así lo hacen varios compatriotas como Santiago e Iván Pérez, Arturo Jaramillo y Verónica Cañar.
Llenos de miedo y fe
La familia Pérez. Aunque la crisis golpeó a Santiago (mecánico), él sigue adelante con su esposa, Lorena, y sus hijas, Emily y Paulina.
A más de los ecuatorianos que viven en Arizona, algunos cientos más habitan en Phoenix, Chandler, Mesa, Tempe, Preoria, Glendale y Tucson. “Estamos dispersos y desconectados por las grandes distancias y el tipo de trabajo”, dice Fernando Noboa, un profesor universitario.
Una especie de censo, aunque empírico, para visualizar las colonias de inmigrantes es el número de restaurantes por nacionalidad. En Phoenix hay uno: Mi Comida. Su propietaria es Rosa Rosas. Vino desde Ecuador hace 43 años y desde hace siete lucha para que en Arizona no solo se degusten tacos.
Un día decidió experimentar: “en una olla se ponen todos los frijoles y a ver qué sale”. Obtuvo una sabrosa menestra donde predominan los sabores ecuatorianos, colombianos, peruanos, argentinos y últimamente la arepa venezolana. “No hay muchos ecuatorianos y los que llegan son los que tienen una visita o por una fecha especial”, comenta.
Hay connacionales exitosos como Cañar, quien tiene su negocio de pago de impuestos y tiendas de celulares; Iván Pérez es dueño de una empresa de limpieza de casas, lo que le permite vivir en un barrio residencial; o, Georgina Castro, quien llegó casi con lo puesto y hoy tiene tres hijos universitarios.
A otros como Santiago Pérez y su padre, Misael, les iba bien, pero perdieron todo con la crisis económica. Devolvieron la casa al banco y Santiago se quedó sin el taller de mecánica. Pero tiene dos manos, salud y muchas ganas de levantarse. Su esposa Lorena también apuntala la modesta economía familiar.
La mecánica volvió a montarse en el patio grande de la casa donde ahora viven, en un barrio de clase trabajadora. “Somos gente honesta, no venimos a quitarle nada a nadie. Saldremos adelante”, dice con la convicción de que para él hay otra oportunidad, más cuando se tiene papeles.
Jaime Medrano tuvo otra suerte. Hace tres años llegó con su esposa y sus dos hijos, luego de cerrar su fábrica de 30 empleados, “por la llegada incesante de chinos al Ecuador”. “Sé que salgo de la casa pero nunca si voy a volver. En la carretera siempre pienso que más allá hay un retén y me detienen. Los autos de la Policía me ponen nervioso”.
Durante el fin de semana. Mientras los emigrantes ecuatorianos juegan ecuavoley, sus hijos pequeños comparten en familia.
Medrano está aprendiendo a vivir en un extenuante juego del gato y el ratón. El gato es el temible sheriff Joe Arpaio y sus policías, y el ratón es él, con el resto de compatriotas y los 450 000 mexicanos sin papeles que viven en Arizona, según las cifras del Consulado de México en Phoenix. “Si veo a los carros del sheriff me meto en un parqueadero o me voy por otra calle. Vivo pendiente de los mensajes de texto por teléfono que me informan los sitios que debo evitar porque son vigilados por la Policía”.
El celular en Phoenix es la campana de alerta. Si alguien ve un carro de la Policía envía un mensaje de texto a los amigos y conocidos para que no pasen por allí. Así han logrado hacer una cadena de solidaridad en una geografía de calles y avenidas solitarias, donde el calor llega fácilmente a 48 grados en el verano.
Tiempo para ecuavoley
Es sábado, día de ecuavoley y de cuarenta. Las melodías que se escuchan desde una grabadora colgada en un árbol tocan las fibras más sensibles.
-“Así, será mi destino. Partir, lleno de dolor.
-“Llorando, lejos de mi patria, lejos de mi madre y de mi amor.
-“Un Collar de lágrimas dejo en tus manos.
-“Y en el pañuelito consérvalo, mi bien.
-“Ya en la lejanía será mi patria.
-“Que con mis canciones recordaré’”.
Son Los Montalvinos y su Collar de Lágrimas, la canción que se volvió un himno para los inmigrantes en este país. El olor de la fritada que ese día han preparado Lorena, esposa de Santiago, y Mery, cónyuge de Iván Pérez, se conjuga para volver a este un pequeño rincón de expatriados que añoran su país.
Unos 30 compatriotas, entre amigos y conocidos, se reúnen en el parque Kwanis, en Tempe. Los acompañan las melodías de Anita Proaño, los hermanos Miño Naranjo y Julio Jaramillo.
Este es el Ecuador chiquito de Arizona. Llevan años convocándose cada fin de semana. Son momentos para recordar a Quito, Ambato o Riobamba, que abandonaron para sortear sus penurias económicas hace 20, 15 ó 10 años.
Primero buscaron suerte en Nueva York o en California, pero finalmente anclaron en Arizona para trabajar en mecánicas, limpieza, ventas o recogiendo lechugas y melones. Son incansables, el trabajo no es pretexto para no jugar índor fútbol, dos noches a la semana. Mujeres y hombres han hecho de este pasatiempo la terapia para olvidarse de los problemas en un país al que le agradecen mucho, excepto que no esté la hermana, la abuelita o la madrecita santa, para pedirle la bendición.
Los niños, en la mira
Por lo general es un familiar o amigo el que primero se aventura a echar suerte en Arizona, después van llegado, poco a poco, el resto; tanto que hay familias enteras como los Cañar, los Pérez o los Noboa, que están asentados allí.
El Consulado ecuatoriano de los Ángeles, que tiene jurisdicción sobre Arizona, en el 2008, atendió 820 casos de compatriotas detenidos en Florence y Eloy. En el 2009, la cifra bajó a 537 y en lo que va de este año se han atendido 316.
En Phoenix hay centros infantiles donde también detienen a los menores de edad. En el 2008 hubo unos cuatro niños ecuatorianos en esos sitios de cuidado infantil.
Desde el 2008, el Consulado ecuatoriano de Los Ángeles ha logrado la reunificación de 18 menores de edad, que fueron aprehendidos en la frontera. Se encontraban con sus familiares.