Los paladares atraen a los emprendedores de Cuba

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AFP

Habáname y Partenon abrieron el fin de semana; San Cristóbal tuvo un bautizo en el Festival de Cine. Desde que el presidente de Cuba, Raúl Castro, decidió ampliar el sector privado, pequeños restaurantes (paladares) y cafeterías brotan como hongos, aún con los riesgos de la nueva aventura empresarial.

Con su llamativo anuncio naranja, ahora que los empresarios privados no son mal vistos, Habáname irrumpe en la esquina 23 y G del barrio Vedado, en el corazón de la capital. Era el sueño de Javier Martínez, un chef de 38 años que aprovechó que Raúl Castro, en su reforma económica, autorizara en octubre licencias en 178 oficios como alternativa laboral para 500 000 empleados públicos en proceso de despido. De octubre a diciembre 83 403 cubanos fueron autorizados o están en trámite para trabajos privados. La mayor demanda es la elaboración y venta de alimentos, con 22% de las licencias y los empleados contratados (16%).

“Es un negocio familiar, somos seis empleados y vamos a correr el riesgo a ver cómo nos va; pero estoy muy positivo pese a que tendré mucha competencia ” , dijo Martínez . Su plato estelar es la ‘Langosta Compay Segundo’, de 20 pesos convertibles (CUC), un salario promedio en Cuba. Los paladares cobran en esa moneda que equivale al dólar y a 24 pesos cubanos, por lo que su clientela es reducida y van más extranjeros.

También se multiplican cafeterías y puestos de comida rápida (pizzas, pan con jamón, refrescos y dulces), muy concurridos pues venden en moneda nacional, con la que el Estado paga salarios y los cubanos obtienen servicios y alimentos básicos subsidiados, aunque la mayor parte de la economía funciona en CUC.

Javier Acosta, de 38 años, ahorró durante 14 años como camarero de otro paladar para abrir El Partenon en la segunda planta de su casa en Miramar. En el portal ahora cuelga un letrero con el dibujo del célebre templo de la Acrópolis. “ Vamos a ver qué pasa con las nuevas leyes, los impuestos. Hay que ir viendo todo eso por el camino ”, dice, mostrando orgulloso los dos saloncitos de su paladar, a los que se llega en un laberinto de escaleras y pasillos.

Los paladares deben pagar la licencia, un impuesto sobre ingresos, otro por contratar empleados y también la seguridad social.

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