La OEA paralela nutre la biblioteca de siglas

No caben en los dedos de la mano. Tampoco es posible recitar de memoria todas las organizaciones regionales en las que está dividido el continente americano.

Lo práctico es recurrir a herramientas como la Wikipedia y tomarse, al menos, una media hora para la recopilación.

Es un ejercicio didáctico y entretenido. Y para quienes gustan de buscarle una interpretación política a cualquier fenómeno de alcance global, una rica evidencia de que en nuestro continente la fiebre por crear nuevas instituciones no ha bajado nunca. Los paños húmedos resultan insuficientes ante tanta proliferación de siglas: OEA, Unasur, Grupo de Río, Sica, Caricom, CAN, Alba, Nafta, AEC, el Grupo de los Tres...

Ante esta colección de instituciones, América ve nacer una nueva. Se trata de la organización de Estados latinoamericanos, cuyo nombre oficial está por definirse, pero que ya ha alcanzado notoriedad bajo el mote de la ‘OEA paralela’.

Los presidentes de los países más poderoso de la región (Brasil y México) anunciaron su creación. Lo hicieron henchidos de alegría. El brasileño Luiz Inacio Lula da Silva, porque este alumbramiento es parte de los lujos que se puede dar un mandatario influyente. Para el mexicano Felipe Calderón - así lo ha dicho la opinión pública de ese país-, es la oportunidad para reencontrarse con sus vecinos latinoamericanos y ejercer la cuota de influencia que le corresponde por ser el segundo país más poblado, industrializado y económicamente fuerte de la región.

Las demás naciones, salvo Colombia y su adhesión a regañadientes, celebraron por el nuevo organismo cuya razón de ser es la no participación imperial de EE.UU. y Canadá.

Obvio, esa es la única salvedad que hace que 32 naciones den paso a una entidad que promete hacer lo que las otras no han logrado. La plena integración de los pueblos del sur.

El anhelo por este sueño es válido. Pero no deja de resultar curioso que los mismos presidentes de los países que firman estas entidades no se hayan detenido a evaluar si las organizaciones existentes funcionan.

En la Comunidad Andina, cinco países no pudieron ponerse de acuerdo. Venezuela se separó y la amenaza de Perú por hacerlo toma fuerza cada cierto tiempo. Es claro que la vigencia de estos organismos depende del respeto institucional que sus propios miembros le prometan a largo plazo.

Por eso, ni el futuro de Unasur está garantizado, pues es una creación de los gobiernos de izquierda en un continente que eventualmente girará a la derecha por efectos del péndulo.

Antes de apostarle a crear una OEA paralela, hubiera sido más práctico invitar a México y a los centroamericanos a la Unasur para fortalecerla, si lo que interesa es mantener un debate regional sin EE.UU.

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