Olga Imbaquingo Revelo,
Corresponsal en Washington
La obesidad es una larga batalla que Estados Unidos lleva peleando casa adentro y que nadie sabe si algún día logrará levantarse con el trofeo de la victoria. Este es el país con mayor sobrepeso en el mundo y la crisis económica amenaza con convertirse en un arma más en contra de esta guerra que está dejando muchas víctimas y costos impagables para la sociedad.
Esta epidemia no es una maldición bíblica sino el resultado de un largo proceso de desarrollo económico, de políticas agrícolas, de transporte, de diseño urbanístico, de estrategias de mercado y de inequidad en los ingresos, que puso a la sociedad frente a mucha comida barata.
En el país con más gimnasios en el mundo, el resultado es una sociedad poco saludable: 300 000 personas mueren cada año por alguna causa relacionada con el sobrepeso y el país gasta unos USD 117 000 millones en la atención de enfermedades atadas a este problema.
EE.UU. se está ahogando en grasa. En estos términos se hizo eco la prensa hace algunas semanas cuando salió a la luz un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que puso al país primero en la lista de las 33 naciones con sobrepeso.
Una tercera parte, es decir unos 103 millones de estadounidenses, tienen sobrepeso. El futuro es más preocupante si se miran las cifras de su población infantil y de adolescentes: el 20% de niños y el 18% de jóvenes son obesos.
La televisión con sus reality shows explotando la tragedia de vivir con muchas libras demás, los diseñadores de renombre creando modelos para tallas extra grandes y la literatura inventando heroínas que en el último capítulo terminan aceptando que nunca serán unas barbies, son solo un pixel de la compleja fotografía de la cultura alimenticia en Estados Unidos. En la refrigeradora de los hogares, llenas de pizzas congeladas, puré de papa en polvo, sodas, pudines y helados de crema, está solo el principio de la compleja respuesta del por qué el país engrosó tanto en los últimos 30 años.
La epidemia ha adquirido tintes de dramatismo que muchas mujeres y hombres se hacen la misma pregunta de Dolores Price, la heroína de la novela She’s come undone: “¿Por qué es más fácil llegar a la Luna que quitarse unos kilos de encima?” o imaginando si todo fuera como ir a donde el sastre y decirle: corte de aquí y de allá. Más allá del anhelo la realidad es otra.
Uno de los finalistas de la última temporada del reality Biggest Loser o el Gran Perdedor, llorando al final de apenas un kilómetro de maratón se preguntaba: “¿Por qué cuerpo?, ¿Por qué no me escuchas cuando te digo: ‘no comas más eso, no es bueno para tí’ ¿Por qué me haces esto?”.
En el continente México y Chile aparecen en la lista de los 33 países con más sobrepeso, pero es EE.UU. el triste campeón de un azote de voraz apetito que hasta la primera dama del país, Michelle Obama, está entregada a librar esta batalla.
Primero empezó con su huerto de vegetales en la Casa Blanca donde los niños y niñas de las escuelas van a sembrar, cosechar, cocer y comer frutas y verduras frescas. El complemento es la campaña “A moverse”, para motivar a que se haga ejercicio al menos una hora diaria. La meta incluye: revisar los programas federales de nutrición para impactar a unos 30 millones de niños.
Además de la población blanca de los estados centrales donde se concentra el mayor porcentaje de obesidad, son los latinos los que están aumentando esas cifras que desbordan a los hospitales con infartos y diabetes en edades más tempranas.
El último estudio de Foundation for Chile Development encontró que los niños y niñas de los inmigrantes, entre dos y siete años, están expuestos a un promedio de 12 comerciales al día de comida rica en alto contenido de grasas, sodio y azúcar.
Los comprendidos entre ocho y 12 años al doble de este tipo de publicidad. Un 34% de los niños de los inmigrantes es obeso, en comparación con el 25% de los blancos.
A sus 31 años, Andrés Córdova está consciente de que si no hace un cambio radical su salud corre riesgo, más si a eso le suma el estrés de llevar casi dos años en el desempleo. “Todo el mundo dice: tienes que comer menos y hacer ejercicio. ¿Pero cómo hago si a mí me da mucha hambre?”, cuenta.
La sugerencia es: tal vez si tienes una enamorada te va a motivar a hacer ejercicio. “En eso he pensado muchas veces, pero no se si habrá alguien que quiera salir conmigo mientras use pantalones extra grandes”. Para compensar ese permanente estado de ansiedad, el cigarrillo y lo que elige en el mercado dan luces del por qué el país está perdiendo su batalla contra la obesidad: papitas fritas, tostitos, sodas, un sánduche gigante rebosando en jamón, mostaza y mayonesa.
Excepto contadas ciudades como Nueva York, Cleveland, la capital Washington o Chicago, con eficientes sistemas de transporte público, el resto del país no está hecho para peatones.
Ahí otra de las respuestas que agravan el fenómeno, sin contar con las horas que pasan frente al televisor y la computadora.
Nielsen, el organismo que mide el impacto de la televisión en la población, encontró que, en promedio en cada hogar, se sientan frente a la pantalla del televisor 153 horas al mes.
Estas cifras son las más altas de los últimos años y en parte su explicación está en la crisis económica: no existe suficiente dinero para viajar y divertirse afuera.
Las mujeres son las que llevan la peor parte. En lo laboral, por ley no se puede discriminar a nadie por el color de la piel o el peso, pero eso queda en el papel, mientras las historias de personas que aducen que no les dieron el trabajo o lo perdieron por ser obesos abundan.
Un estudio de la Universidad George Washington encontró que a las obesas les pagan menos que a sus colegas con peso normal. En los hombres no se halló esa diferencia.
Según el profesor de medicina y economía en salud de Duke University, Kevin Schulman, al mirar los factores que alientan el sobrepeso, los cambios en la dieta en las últimas tres décadas y los ambientes laborales que desaniman a la actividad física son visibles.
“Estamos pagando un alto precio como sociedad por culpa de la obesidad. ¿Por qué no pensamos que éste es un gran problema para nuestra economía? Estamos propiciando el sobrepeso y necesitamos hacer un esfuerzo de la trascendencia del hombre en la Luna para detenerla antes de que estos pobres niños se conviertan en diabéticos”. Así le dijo al diario USAToday.
“Nadie puede resolver este problema pero se puede ponerlo bajo control”, enfatizó Matthias Rumpf, vocero de OCDE durante el lanzamiento del informe. En esa misión está la esposa del presidente Barack Obama aún con la fuerte oposición de la poderosa industria alimenticia.
Si ella logra convencer a los estadounidenses que es más saludable las espinacas y bróculi al vapor que gratinados y que para los niños una manzana y unas fresas frescas son más deliciosas que un dulcísimo pastel de chocolate apenas habrá ganado una pequeña batalla.