Santiago Estrella Garcés,
Corresponsal en Buenos Aires
Un grupo coral, en la calle Florida, canta música religiosa. Una mujer de unos 40 años los mira asombrada. “Se te ocurriría cantar góspel por Navidad. Por Dios, que canten unos villancicos, algo más propio”, dice enojada, quizá porque la calle es un infierno por el calor del verano o porque en ‘la ciudad de la furia’, como bautizara Soda Stereo a Buenos Aires, el estrés prenavideño impacta en el ánimo de todos.
Como en toda ciudad, las vitrinas de los negocios están decoradas de verde y rojo. En muchos, por no decir todos, está Papá Noel, con su pesado abrigo rojo, sus botas y cinturón negro. Una imagen totalmente desubicada.
La Navidad en Argentina y en todo el hemisferio sur lo que menos tiene es de “blanca”. Los ‘shopings’ están repletos por la oferta.
El 24 de diciembre, en el Abasto, uno de los centros comerciales más grandes de la ciudad, hay una tradición: una sirena suena a cada rato. Es el indicador de que en el local donde se encuentra hay una súper gran oferta que durará solo 10 minutos. Hay que tener valor para entrar allí: por lo menos un codazo de confianza recibirá el cliente de otro que también quiere ahorrarse unos cuantos pesos.
En rigor, más allá de lo comercial, la tradición comienza el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción de María. Decretado como feriado nacional, en los hogares se dedican a armar el árbol y el pesebre. Sin embargo, en Argentina no se reza la novena ni hay el pase del niño ni otra actividad parecida. Ya con el verano comenzado, el calor en la noche buena es abrumador, sofocante, agotador.
Los pies se hinchan. Los ventiladores están a ‘toda máquina’ porque la temperatura por lo general ronda los 35° por la mañana y 30° por la noche. La humedad resulta intolerable. En las casas, todos están en chancletas, bermudas y, si se puede, sin camiseta. Es poco el glamur en Navidad.
Con ese calor abrasador, difícilmente se puede decir cuáles son las tradiciones más arraigadas en los argentinos. Ya parece que quedó en el pasado la entrega de regalos en el Día de Reyes, el 6 de enero. Lucía es una niña de 8 años que no escribe a los Reyes, sino a Papa Noel: deposita la carta en el correo con un caramelo. Tampoco hay la tradicional misa de gallo, a las 00:00 del 25. “No. Alguna vez en alguna iglesia se lo hizo. Pero yo y mi familia siempre vamos a la misa de las 20:00”, dice Ariel, un joven de profundas convicciones religiosas católicas. Para Ariel es difícil también hablar de una comida típica, propia de la navidad, tal como se estila en Ecuador con el pavo.
Pero si por un plato se definen los consultados por este Diario es por el chivito como la mejor expresión navideña. Aunque no hay que negar que hay los argentinos de pura cepa que se animan por el menú esencial para cualquier ocasión: el asado. “¿Pavo? Noooooo. Es muy caro y muy yanqui”, dice Andrea.
“Nosotros somos una familia atípica. Nunca sabemos bien cómo vamos a celebrar la Navidad. Es más, hoy es martes y no tenemos idea qué vamos a hacer. Supongo que lo de siempre: alguien pone la casa y cada uno lleva sus cosas: matambre, unos fiambres, tomates rellenos, cosas simples. Tomamos sidra y champaña”.
“Digamos que en mi casa se celebra la Navidad al estilo argentino”, dice Yenny Beltrán. “En la noche buena comemos algo muy light, nada pesado. Para luego armar la mesa de navidad, expresión coloquial para distribuir los panes dulces, garrapiñadas (maní dulce), budines y las bebidas alcohólicas, obviamente”, añade con una risa. También hay avellanas, turrones, nueces, almendras, higos…
El chivito a la brasa, según Yenny, será recién a la tarde del 25 de diciembre. Lo que sí resulta llamativo es que a las 00:00, como si fuera el año nuevo pero sin el conteo regresivo, las familias levantan la copa de champaña y se desean entre todos feliz Navidad. Se abrazan y luego salen todos a la calle o a los balcones. El cielo de Buenos Aires y en todo el país se ilumina con la pirotecnia.
“Eso es algo que nos encanta. Salimos todos con la familia y saludamos a los vecinos. Tiramos las cañitas voladoras, que suenan más de lo que explotan, estrellitas. A los niños les damos el ‘chasquiboom’, una pelotita de papel con pólvora en el centro, totalmente inofensivo. Al tirarla contra el suelo hace un sonido tipo chasquido-boom”, cuenta Yenny.
Así termina la noche buena. En algunas casas hasta se puede bailar. Tampoco es de extrañarse que los jóvenes dejen las casas de sus padres para encontrarse con los amigos en algún bar o en una discoteca.
Los pocos colectivos que están de turno están llenos a reventar y encontrar un taxi libre es prácticamente un milagro navideño. Pero de alguna forma llegan para parrandear hasta las 07:00, cuando comienza a regir la hora zanahoria en Buenos Aires.