Alexandra Kennedy Troya,
Especial Para Siete Días
Jugué a las muñecas hasta muy tarde. Hicimos ropa cosida con puntadas largas y chuecas para que fuese más rápido, mi abuela nos regalaba mueblecitos hechos por ella, armábamos casas de muñecas desmontables, habitaciones, escuelitas y capillas. Después borde y borde.
Se burlaron de mis actividades femeninas y dejé de hacerlo. Muñecas, vestidos y manteles quedaron atrapados en un cajón, con ello también encerré memorias, horas de charlas, risas, dedos con chocolate, complicidades de hermanos y primos, de amigas. entonces empecé a configurar el papel del adulto, aunque nunca supe bien qué significaba todo esto.
Por ello la invitación para hacer una muñeca grandota, idea que nació con Ana Fernández, Paula Barragán y Jossie Cáceres, nos remite a la niñez de nosotras mujeres. Nuestras muñecas, nuestros costureros son el fútbol de barrio de los hombres. Y en estos costureros que revivieron varias amigas y compañeras bailarinas, pintoras, cantantes, amas de casa… se dieron cientos de puntadas en las que se cosían faldas y piernas, amistades y silencio, cafecitos y traguitos compartidos.
Al principio fue una colcha, después las muñecas; al principio de tres a cinco mujeres, después más de una veintena. Invitaciones informales de: “te gustaría coser y hacer una muñeca” las convocaron.
Alguna hizo la “Tengo una muñeca vestida de azul, zapatitos blancos delantal de tul’” (Lola Sevilla); otra se afanó en amarrar todas las historias de vida con fuerza y vigor (Paula Barragán); alguna llenó a su Rosita de rosas (Belén Mena). Meagan Kean, desde Nueva York, cortó su gran muñeca en 24 muñecos ex novios a los que embolsicó en una funda de plástico para que contaran sus propias historias.
No solo cosían físicamente, lo hacían virtualmente; los mails establecieron aquellos lazos invisibles. La red crecía, era como un pulpo, y Dolores Ochoa registraba todo fotográficamente.
Carolina Vallejo creía en los milagritos y exvotos, en las rogativas que iban incorporándose a su muñequita; la Dolores Salgado con sus cadenas rodeaba delicadamente cada piecita-memoria de la suya; la María Pérez inventarió la multiplicidad de roles que cumplimos estas ‘superwomen’ de los tiempos actuales; la Fabiola, muñequita de Cricri López, muestra su bello calzón. Aparecen punteados los poemas que Ana Alvear recibiera de un novio redescubierto. Ana Fernández, magnífica muñeca que fuma enchurada y guarda hijos en el vientre. I am a doll, coqueta, llena de botones y autoestima, de Jossie Cáceres; la etérea de Juana Córdova, emplumada y hueca; la muñeca/muñeco de pipí enorme de María Mosquera.
Estas y más que no menciono por olvido un día fueron a tomar té donde Joselyn Barragán; tenían ya nombre propio, cuerpo y vestimenta, tenían vida. Y ese mismo día salieron caminando por las calles de Quito hasta llegar al Pobre Diablo; entraron al Container, se pusieron a charlar entre ellas y se colocaron donde quisieron, se quedaron calladitas, conteniendo la respiración para que la gente las viera, las admirara y las quisiera. Si se dan vuelta es porque son tímidas, si nos miran de frente quizás sea para intimidarnos, si de lado piensan talvez que aún somos incapaces de quererlas sin prejuicios establecidos por este extraño mundo’
Entonces, recomiendo volver a conversar con cada una, cuando no haya nadie. Ellas, las muñecas, tienen muchos secretos que contar; los que escucharon en los costureros de la tarde y aquellos que ahora se han inventado y que están locas por chismear. Hay que verlas una tardecita de estas para sentir el placer de la fantasía que una casa de muñecas puede evocar.