Las cifras brutales son 130 000 muertos y 11 000 presos políticos torturados, cuando nos acercamos a los tres años de guerra civil en Siria. El informe de tres fiscales independientes dado a conocer esta semana, sobre la tortura y muerte en las cárceles a los opositores facciones disidentes, clama a la conciencia civilizada del planeta.
Bashar Al Asad es un odontólogo que ‘heredó’ el poder de su padre, otro sanguinario dictador civil. Es laico y llegó al poder – como su padre – por la vía de elecciones y sin opositores de peso, como se acostumbra en las mascaradas de las autocracias.
El camino de la guerra civil fue el último recurso de los grupos rebeles para intentar derrocarlo. No es fácil, como se ha visto. El poder militar, el número de soldados leales y el armamento suministrado durante años por la Unión Soviética lo convirtieron hasta ahora en invulnerable.
La comunidad internacional presiona, pero la ONU no ha podido superar el bloqueo de Rusia y China en el Consejo de Seguridad, y tampoco hay certeza de que una intervención militar extranjera asegure un futuro.
Las conversaciones de Ginebra esperan poner a las partes en disputa frente a frente. No es fácil.