Eso hace diferentes a los Montezuma, tanto que han logrado organizarse para vivir de su pasión: la escalada y los deportes extremos.
Los Montezuma no temen la altura, la disfrutan. Por algo han decidido ser y vivir como escaladores. Dignos representantes de esta disciplina deportiva, por ejemplo, sus paseos no suelen ser a balnearios o sitios concurridos, sino a lugares con poca afluencia de gente, que les permitan llevar al límite los niveles de adrenalina. No importa la edad ni el género; todos participan. Xavier (papá), Samara (mamá), Samanta y Amaru (hijos, de 12 y 7 años, respectivamente) disfrutan del riesgo en familia.
No es raro encontrarlos escalando el cerro Cojitambo o buscando paredes de roca en los alrededores de Cuenca: Paute, San Fernando o en el Parque Nacional Cajas. Allí todos ponen a prueba su técnica, destreza y resistencia. También Pedro, el hermano de Xavier, que es -desde siempre- su compañero de aventuras.
Una de las más recientes fue la idea de aprovechar sus destrezas en las alturas para brindar el servicio de limpieza de ventanas en edificios.
Además del negocio de turismo para gente que busca emociones fuertes y actividad física.
La pasión por escalar no se vive únicamente fuera de casa. Por el contrario, Xavier y Samara adecuaron su hogar a su estilo de vida. Así, en el estacionamiento ellos montaron un muro de escalada, en lugar de guardar ahí el auto.
Amaru sube por esa pared sin miedo, mientras su madre lo mira y extiende sus brazos por si se cae; igual hay colchonetas en el piso. La hija mayor, Samanta, tiene 12 años. También es arriesgada, pero meticulosa, y es una experta en el muro. Ya saltó desde el puente de La Unión en Sígsig. Cuando lo hizo recorría las rutas extremas de Azuay con un grupo de turistas.
Ambos son la tercera generación de escaladores de la familia Montezuma. Xavier y Pedro son la segunda. Édgar (el abuelo) fue el pionero. Él fundó Nuevos Horizontes, el primer Club de Andinismo de Cuenca, hace 50 años.
Y sus hijos cuidan su legado. “No hay que tener excesiva confianza. Se requiere una dosis de humildad y disciplina”, dice Pedro, serenamente.