La escritora norteamericana Joyce Carol Oates, alguna vez afirmó: “Nada es accidental en el universo, excepto el propio universo entero, que es accidente puro, divinidad pura”. Su constatación ocurrió el pasado 5 de agosto, a las 10:30. Meditaba en los 100 años que cumple mi mamá: Emilia Concepción Almeida Gallegos, mientras contemplaba el póster de Marilyn Monroe que tengo frente a mi escritorio.Recordaba que gracias a mi madre, lectora puntual de la revista Ecran, que periódicamente dejaba en casa el chico de una librería ambateña, conocí en mi niñez a Marilyn, a Marlon Brando, a James Dean, a Natalie Wood y a Elizabeth Taylor. Mitos que levantaron y todavía sustentan mi vida, gracias a la fuerte musculatura de su ausencia.
Por pura nostalgia, ingresé a Internet, en búsqueda de imágenes de la rubia. Me quedé azorado, Marilyn había muerto el 5 de agosto de 1962. Y como si no bastara, vinculado al nombre de la mítica rubia apareció el de Joyce Carol Oates, quien escribió ‘Blonde’, una magistral novela sobre Marilyn. El póstumo retrato de una mujer como emblema de su tiempo. La historia de Norma Jeane Baker, contada por sí misma, por Marilyn Monroe.
En una inteligente entrevista, Oates dice que Marilyn padecía de ansiedad ontológica. Es decir, perdió el sustento de su identidad, de su Ser. Según la novelista, Marilyn podía ser una gran poeta. Le encantaba escribir y hablar de Freud y Thomas Mann. Pero la fuerza de las cosas le obligó a hacer en la pantalla de rubia tonta.
A mi madre, que también le encanta leer y escribir, como a miles de chicas ecuatorianas a principios del siglo XX, también le tocó sosegar ese sueño por la fuerza de las cosas. Pero como nada es accidental en el universo si hemos de escuchar a Oates, al último de sus hijos le tocó el destino de ser poeta. Al último, porque al poeta no le está dado cantar glorias ni ganancias, solamente nombrar lo que ha perdido.