Beethoven escribió una sola obra con el título de Heroica. Sin embargo, gran parte de su obra podría aspirar a esa denominación, como reflejo de la tormentosa historia contemporánea, pero asimismo del mundo conflictuado del compositor. De todas maneras, una música que se hace cargo de sentimientos como la muerte y el terror, concluye siempre con un acento de alegría o trascendencia. Una manera de seguir fiel al espíritu del clasicismo y a la visión kantiana de Schiller, en cuya doctrina ética se contempla la resistencia de la moral al sufrimiento.
Ya desde la última década del 1700, los elementos del estilo “heroico” aparecían embrionariamente en algunas de las cantatas de Beethoven. Solo faltaba madurar. O en todo caso, esperar que la audacia íntima del genio se topase con los acontecimientos exteriores. Y esto ocurrió en los primeros años del siglo XIX. Aquellos que acunaron a la Tercera Sinfonía y a Fidelio , su única ópera.
Después de varios intentos por componer una ópera, el músico se inclinó por el drama francés de Bouilly titulado Léonore ou l´amour conjugal. El argumento que Bouilly redacta en 1794, visto en su desnuda osatura, traiciona en realidad los principios que se supone debía exaltar, es decir los de la ideología jacobina. Porque incluye un noble encarcelado, una esposa fiel, un gobernador malvado y un príncipe salvador que a manera de deus ex machina lleva la historia a un final feliz.
Esto significa que son los nobles los que alientan los sentimientos “nobles” y sanos, como fraternidad y devoción conyugal, mientras Pizarro, el gobernador, representaría el espíritu intolerante jacobino. A diferencia de Mozart, seguro en su fe plebeya, Beethoven permitió, y favoreció, que se difundiera en Viena, la creencia de que era individuo de noble cuna.
Tan curiosa falsedad tampoco significa que el músico haya sentido un exagerado respeto por los aristócratas con quienes se relacionaba.