Me encuentro en un bar de San Telmo esperando el partido Sudáfrica- México. Para escribir de fútbol es preferible hacerlo en un bar que en la soledad de la casa, con una cerveza en la mano, rodeado de amigos, desconocidos y rivales; para discutir las jugadas, asombrarse juntos, festejar o deplorar un gol’
He llegado a preguntarme si es mejor verlo en un café que en el estadio. Suena extraño porque todo futbolero dirá que un hincha va a apoyar al equipo en las buenas y en las malas.
Dios y mis amigos saben que soy uno de los más fieles hinchas del Aucas, y que no me corresponde eso de “en las buenas y en las malas”, porque buenas, las he tenido muy pocas.
Sin embargo, ir al estadio me está incomodando desde hace seis años. Todos mis amigos me preguntan si voy al fútbol desde que vivo en Buenos Aires y yo les respondo que aquí no juega el Aucas, pero que voy tres o cuatro veces a ver a Racing (¿descubrieron mi espíritu sufridor?), pero que prefiero el bar.
Me quedan viendo como a un extraño, como si fuera un traidor. Alfonso Laso me contaba que en su vida de estudiante aquí, nunca dejó de ir al fútbol. Lo entendí, lo aplaudí y hasta lo envidié. Como una justificación inútil, le dije que prefiero ver este juego por su lado bohemio.
Cuando les cuento a los argentinos que en Quito el fútbol es más un festival gastronómico y a veces una cantina, no me llegan a entender. Aquí solo comen choripanes, panchos (hot dogs) y patys (hamburguesas). La cerveza está prohibida no solo en el estadio sino varias cuadras a la redonda.
Es entendible por la seguridad, pero me da una pena enorme porque siempre he creído que el fútbol, como tantos otros deportes (pienso en el béisbol) es también un asunto para gente bohemia.
Siempre me cayeron bien esos jugadores parranderos, como Garrincha, Romario, Maradona, Houseman o el irlandés George Best. No tengo ningún problema moral con su vida porque siempre he pensado que, al fin de cuentas, el fútbol en su estado puro no es otra cosa que reunirse los fines de semana, jugar un partido, y luego tomar una cerveza para recordar o inventar las grandes jugadas que hemos hecho.
La verdad es que el fútbol es más que 90 minutos de juego. Son días antes y días después. Es un hecho de palabras. Sobrevive al tiempo gracias a sus relatos. Y los mejores de ellos (apuesto una cerveza si me demuestran lo contrario) se dan precisamente en un bar.
Por eso, quisiera estar en este bar de San Telmo, con Best y escucharlo decir “en 1969 dejé las mujeres y el alcohol. Fueron los peores 20 minutos de mi vida”.