A inicios de 2011 lo padeció Hosni Mubarak. Tres años después, quien sufre es Víctor Yanukóvich. Un enemigo invisible, poderoso y muy popular, así se puede describir al mal que tanto el exlíder egipcio y el actual presidente ucraniano han tenido que enfrentar.
Este ‘némesis del poder’ se llama “Red Social”. Usted quizá lo conoce como Twitter, otros lo reconocerán como Facebook. Sí, hablamos de aquellos espacios virtuales que forman parte de nuestra rutina. ¿Sabía que se pueden usar como ‘armas’ de combate y panfletos de reclamo? Ucrania nos da ejemplo de esto.
El país europeo vive un momento crítico. El mundo, pero en especial el ‘viejo continente’, miran expectantes lo que ahí ocurre. Esta semana, las protestas en contra del gobierno ucraniano se endurecieron y los enfrentamientos entre manifestantes y la policía elevaron su tono, mostrando los momentos más violentos en casi dos meses de iniciada la revuelta social.
Durante los últimos días, la palabra #Euromaidan apareció repetidamente como ‘tendencia global’ en Twitter. Así, el conflicto ucraniano demostró no estar ajeno del interés y la preocupación mundial. ¿Por qué? En Ucrania se libra una batalla ideológica, política e histórica donde las redes sociales juegan un papel protagónico, demostrando que todos podemos ser capaces de cambiar al mundo con un simple tuit o post.
¿Exagerado? No. Afirmar que una simple plataforma digital sea capaz de cambiar el sistema no es alardear, y menos en el mundo de hoy. Hosni Mubarak fue derrocado tras 30 años en el poder. Quienes exigían su salida utilizaron a Facebook y Twitter para comunicarse, convocarse y organizarse. Aliadas eficaces en su lucha, las redes sociales fueron responsables directas del éxito de las manifestaciones en Egipto.
El modelo se repite actualmente en Ucrania. La protesta virtual se trasladó de la cálida plaza Tahrir (El Cairo) a la gélida plaza Maidan, en Kiev. Paradójicamente, ambos lugares guardan una semejanza: su nombre. La primera es conocida como ‘plaza de la Liberación’; a su par, en cambio, la llaman ‘plaza de la Independencia’.
La plaza Maidan es el fortín de la oposición y refugio de los protestantes. Sin importar el frío extremo (temperaturas de hasta 23 grados bajo cero) que soporta la capital ucraniana, miles de personas permanecen en estado de alerta y expectantes ante la reacción gubernamental, que por ahora no da señales de querer encontrar una solución inteligente.
Entendiendo el conflicto
Las manifestaciones se apoderaron de Ucrania desde noviembre de 2013 cuando el Gobierno de Víctor Yanukóvich decidió no firmar un acuerdo con la Unión Europea (UE), proceso que significaría a futuro una integración con ese bloque económico y político. El rechazo de Yanukóvich se dio en favor de Rusia y bajo la presión de Vladimir Putin, quien a cambio ofreció un préstamo de USD 15 000 millones y la reducción en el precio del gas ruso vendido a Ucrania.
Pese a años de negociaciones que buscaban esta integración, el no de parte del Gobierno derivó en las primeras manifestaciones. El 30 de noviembre la fuerza policial salió a las calles de Kiev buscando repeler a los manifestantes. Las consecuencias fueron decisivas: el accionar de los agentes y los primeros heridos registrados dispararon el número de personas en la plaza Maidan.
Quienes protestan son principalmente de la zona de Kiev y la parte oeste del país, espacios abiertamente afines con la Unión Europea y donde se han registrado las manifestaciones. Históricamente, Ucrania se ha dividido entre un occidente pro-europeo y el sudeste pro-ruso, de ahí que no todos en este país apoyen el euromaidan.
El 19 de enero las manifestaciones se tornaron violentas luego de que el Gobierno puso en vigencia una ley que regulaba las protestas pretendiendo poner fin a las manifestaciones. Error. El acto generó caos y muerte, los desmanes se multiplicaron en varias regiones y el número de tuits y post con el hashatg #euromaiden coparon toda la red.
Fruto de esta reacción en cadena, el primer ministro ucraniano, Mykola Azarov, presentó su dimisión el martes 28 de enero. Un día después, el Parlamento aprobó una ‘Ley de amnistía’, una medida de gracia en favor de una tregua con los partícipes de la protesta. La oposición la rechazó por su carácter condicional: el documento exigía el desalojo de los edificios oficiales ocupados por los manifestantes y daba 15 días de plazo para que ello ocurra, términos simplemente “inaceptables”. No se logró un acuerdo y la salida pacífica queda de momento descartada, la lucha se mantiene en plaza Maidán.
El poder de lo social
#Euromaidan puede traducirse como ‘Plaza de Europa’. La palabra expresa la esencia de la protesta y el hashtag refleja el interés global que ello suscita. ¿Pero a estas alturas el término aún tiene valor para el pueblo ucraniano? En parte.
La plaza de la Independencia (Maidan Nezaleznosti en ucranio), se convirtió en principio en símbolo de rechazo a una política anti-Europa. La integración con las restantes 28 naciones, ese era el ideal, que sigue vigente, pero ya no es exclusivo. Los ucranianos, los ubicados en Maidan, buscan un cambio radical del poder, entiéndase principalmente como la salida de Víctor Yanukóvich y el castigo a los represores.
¿Cómo ha logrado este fortín conservar su arquitectura y energía? El bloguero Iliá Varlámov publicó una serie de reportajes fotográficos sobre las protestas en Kiev y su epicentro, la plaza de la Independencia: “En Euromaidan la organización es extraordinaria. Es como un pequeño Estado, con su propio ejército, abastecidos de un buen arsenal (botellas, palos, piedras). Hay organización en cuanto a la distribución de comida, la protección de sus fronteras y el reparto de funciones”.
El éxito de Euromaidan se debe también (demasiado) a las redes sociales. Twitter y Facebook convocaron a los manifestantes, llamaron a la movilización, organizaron a los opositores y sobre todo, las personas aportaron argumentos y razones para su lucha. Sin embargo, su rol no quedó en un simple canal de comunicación, además derivó en un servicio social
Google Maps también aportó a la causa con un ‘mapa colaborativo’, indicando los lugares donde los manifestantes necesitaban apoyo y provisiones. Una ‘Cruz Roja’ improvisada abrió una cuenta en Facebook, médicos voluntarios al servicio de los heridos y atentos a cualquier necesidad. A esto se suman los perfiles ‘oficiales de la protesta, donde se proporciona información detallada sobre las protestas y se convoca a más adeptos.
“La información en redes sociales se propaga mucho más rápido que en la televisión o los periódicos”, afirmó la activista Irina Mukhina a EFE. Una diferencia clave respecto a la ‘Revolución Naranja” en 2004, donde los medios tradicionales fueron protagonistas.
La esperanza Europea
Bruselas ya no es simplemente un antagonismo a Moscú. Es un valor, un propósito: La lucha de las libertades individuales y la esperanza de Europa por consolidar su poder y claro, evitar a un enemigo en plena formación. La UE ve con cierto recelo a Rusia y su intención de consolidar un bloque euro-asiático. Occidente mira con cierto temor el ideal ruso, recordando quizá viejas diferencias.
Lluís Basset, publicó en El País de España, una reflexión al respecto: “Regresa Rusia, o peor aún, la sombra de la Unión Soviética bajo el manto de una unión aduanera euroasiática. Regresa la guerra fría en versión posmoderna y con epicentro en Ucrania”.
El hashtag #Euromaidan recoge no solo noticias, sino también ideales. Que Twitter lo muestre como tendencia de la semana nos recuerda que estamos frente un espejo al que tarde o temprano tendremos que reconocernos e identificarnos: la lucha de lo social se libra también en la web.
De momento, es el viejo continente quien ya se miró en ese espejo, con preocupación: “Europa se pregunta por sus fronteras, pero también se pregunta por sí misma. Rusia no cabe, es evidente. Y propone, además, una alternativa a la UE. Menos liberal, más soberanista, menos democrática, pero eso sí, mejor surtida en energía. Los ciudadanos de Ucrania creen que luchan por su futuro pero su futuro incluye también el de los europeos. Ellos son la esperanza”, concluye Lluís Basset.