Martín Fablet,
El País, Uruguay. GDA
Aquellos hombres que nada saben de fútbol son extraños. No son ni más ni menos hombres. Solo son vergonzosos. Estos sujetos, cuasi parias, sufren de continuas discriminaciones. Es que no pueden hacer ningún tipo de comentario futbolero en el ascensor, en la cola del cine o esperando a que lo atiendan en el almacén. Son (somos) simplemente ‘handicapped’.
Durante un mes, estos desgraciados serán sometidos al escarnio público. Todo ello por no saber cómo alinea su país o quien es el DT de la Selección de Italia. Es terrible ser un ‘futbolelo’. Es un estigma que se lleva de por vida, convirtiéndolo en un hazmerreír.
No es moco de pavo. Es importante que nadie lo identifique. Si ya lo han hecho, la situación es irreversible. Le espera lo peor. Pero es fácil zafarse de las repentinas consultas de algún miserable inquisidor. Si me envía un e-mail (mfq1962@ yahoo.com), le puedo suministrar un ‘manualete’ con lo que debe saber para no ser tildado de ‘futbolelo’.
Si bien es posible camuflar esta particular ignorancia, sería interesante conocer por qué algunos machos no se sienten atraídos por este deporte. Utilizándome como cobayo, podría esgrimir un par de hipótesis.
Habilidad. Puede ser relevante si usted es un completo negado. En mi caso, todo se lo debo a un profesor de gimnasia de nombre Verginella. Este buen señor se encargó de humillarme futbolísticamente cuantas veces pudo. Ello, junto a mi auténtica incapacidad, generó en mí un especial desprecio por ese deporte.
Dios los cría y ellos se juntan. Los deportes convocan a deportistas. Si usted no lo es lo convocará un grupo de no deportistas. No tengo ni padre ni amigo futbolero; gracias a ello mi apatía se potenció a tal grado que nunca fui al estadio a ver un partido.
Podríamos decir entonces que la población se divide en aquellos con insuficiencia ‘futbólica’ y los otros. ¿Será un problema genético? ¿Existe algún fármaco que permita mejorarnos?
Durante la final de la Copa Mundial de 1994, un grupo de científicos del MIT recogió muestras de saliva de aficionados brasileños e italianos. Para su sorpresa, descubrieron que el nivel de testosterona se había elevado en un 28%. Estudios realizados en Europa comprobaron que el contemplar un partido de fútbol constituye la única oportunidad de liberar toda la presión acumulada en la semana.
Los alemanes también han hecho lo suyo. Una encuesta reveló que el 93% de los aficionados se siente más libre que nunca en las gradas. El 78% afirma que relaciona el fútbol con los buenos recuerdos de la infancia y un tercio considera al deporte como un lazo afectivo con su padre.
Quizá todo esto sea suficiente para explicar cómo un hombre puede cambiar de pareja, de domicilio, de creencia religiosa, pero jamás de equipo de fútbol.
La Guerra de las 100 horas o Guerra del Fútbol, fue llamada así por las consecuencias derivadas de un partido entre las selecciones de Honduras y El Salvador (Eliminatorias de la Copa Mundial de 1970). Luego del encuentro, las tensiones políticas se potenciaron al máximo y consiguieron llegar a un verdadero conflicto armado. Fue breve, duró seis días, pero causó la muerte de más de 4 000 civiles. Como corolario de ese insólito episodio, el antropólogo Richard Cyprus sostuvo que el fútbol es el único deporte capaz de encauzar el instinto de rivalizar y de generar el fervor de combate, propios de los hombres. Por eso es que los futbolistas estelares pueden ser tratados como héroes nacionales.
Una mujer muy querida dice que mi mejor virtud es mi apatía futbolera. A pesar de ello quisiera curarme, pero honestamente no me gustaría llegar a los extremos de un hincha. Como dice Maradona, no sería yo.