El ‘escrache’ fue una metodología que usaba H.I.J.O.S. (Hijos e Hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) para hacer público que en algún lugar vivía algún represor de la dictadura argentina.
Era una práctica en sí bien vista, que consiste en hacer escarnio público al ‘escrachado’: lo persiguen, le gritan, a veces le tiran huevos, para que la gente sepa que cometió un crimen. Era el único recurso que les quedaba a los descendientes de las víctimas de una dictadura luego de que Carlos Ménem promulgara un indulto, que permitía que los represores queden sin castigo.Pero eso fue antes. Ahora los ‘escraches’ han cambiado de orientación. Hace algunos días, las paredes de Buenos Aires amanecieron empapeladas de afiches, de origen anónimo, con los rostros de 12 periodistas de diario Clarín.
“¿Se puede ser ‘periodistas independientes’, y servir a la dueña de un multimedio que está acusada de apropiación de hijos de desaparecidos?”, decían los carteles. Son muy diferentes, por ejemplo, a esa gigantografía que hace años se exhibía en el barrio Belgrano: “Cuidado, Videla anda suelto”.
Si bien el ‘escrache’ fue un recurso interesante para la memoria histórica de los argentinos, para que los vecinos conocieran que en tal o cual casa vivía un represor, también hay que indagar un poco en sus orígenes. El escrache nació como una herramienta fascista. Mussolini lo utilizó para defenestrar a sus adversarios políticos. Fue también una metodología soviética, en tiempos de Stalin. ¿Dos caras de una misma moneda?
Lo lamentable –porque lo es– es que suele haber confusiones. Es cierto, esos periodistas trabajan para Clarín, un poderoso grupo mediático en Argentina. También es cierto que Ernestina Herrera de Noble, la accionista mayoritaria de Clarín, está siendo investigada porque sus dos hijos adoptados presuntamente serían hijos de desaparecidos.
Lo que no se dice en esos afiches es que algunos de estos periodistas también sufrieron los rigores de la dictadura, defendieron la democracia, han escrito libros sobre la valentía y el coraje de las madres y las abuelas de Plaza de Mayo. Están de acuerdo con la estatización del fútbol o que se sepa el ADN de los Noble Herrera.
Una pregunta se impone: ¿de quién es la autoría de estos afiches? Muchos no dudan en afirmar que fue el Gobierno quien aprobó incluso su diseño. Al fin de cuentas, para el Gobierno, los periodistas emiten “mensajes cuasi mafiosos”, son “generales mediáticos” y, la última perla de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es que “algunos periodistas deberían inocularse la antirrábica”.
El Gobierno demoró varios días en repudiar los ‘escraches’. Sin embargo, resultan curiosas las palabras de quien debe vigilar por la libertad de expresión, Gabriel Mariotto, presidente de la Autoridad Federal de Comunicación Audiovisual: “Son expresiones y nosotros desde la Autoridad defendemos la libertad de expresión. No nos gusta que todas las opiniones sean refrendadas; estos afiches no tuvieron firmas, es una incógnita quién los emitió”.
“Incógnita” es una palabra que Rafael Videla usó para definir a los desaparecidos: “En tanto esté como tal, es una incógnita (…) no tiene identidad, ni muerto ni vivo, está desaparecido”.
¿Aventurado comparar a Videla con un Gobierno democrático que ha tenido la virtud de reabrir el juicio a los represores del episodio más triste de la Argentina?
Quizá no tanto, al menos en la metodología comunicacional, que ha logrado la confrontación apasionada que lleva a la virulencia. Hoy, periodistas son perseguidos ‘patoterilmente’ (en grupo) por cuadras y son insultados.
Jorge Fontevecchia, director del diario Perfil, recuerda que en la dictadura el periodismo “perdió mesura”. “En ambos casos, en el horario central de la noche había y hay ahora un programa periodístico donde se hace propaganda disfrazada de periodismo. Pero hay enormes diferencias y la comparación no es más que una exageración”.
Fontevecchia alude a un programa de televisión que se ha convertido en ícono de la prensa oficialista. Se llama 6-7-8, en el que defienden las acciones gubernamentales y tienen como centro de sus críticas la “desinformación de los medios”, sobre todo Clarín. Algunos de los panelistas del programa trabajaron para dicho grupo por años.
Hoy son periodistas militantes del ‘kirchnerismo’. Llegaron a esa posición porque de lo contrario están convencidos de que el golpismo volvería. Entendieron que ‘el otro’ es un enemigo, un “gorila” (pro-militares).
Desde esta perspectiva, en 6-7-8 se llegó a la conclusión, sustentada en un estudio linguístico, de que el ‘escrache’ a los periodistas fue una operación orquestada por Clarín mismo, por una sencilla razón: el uso de la palabra “multimedio”, una palabra que usa el grupo, y no “monopolio”, que es la que prefieren ellos.
Quizá sea cierto, como sostiene Orlando Barone, uno de los principales de 6-7-8, que el periodista es el principal ‘escrachador’. “Sea de sospechosos o de no sospechosos, de culpables o de inocentes, de menores de edad, de víctimas, de victimarios, de probables involucrados, de protagonistas casuales. La ‘escrachería’ es una especialidad del periodismo. Una adicción, un negocio”.
Sin embargo, Barone olvida algo: el periodismo firma, da la cara, como lo hacía H.I.J.O.S. Y hay periodistas asesinados en el mundo por ello. Y el ‘escrache’ que se está haciendo no es contra dictadores que gozaban de la impunidad, sino contra periodistas, o sea contra una opinión, tan válida como la de cualquier ser humano.