Ivonne Guzmán,
Editora de Siete Días
La vida es inesperadamente bella, e incomprensiblemente trágica también. Renée y Paloma se encargan de recordárnoslo en ‘La elegancia del erizo’, una de las últimas fabulaciones nacidas del ingenio de la marroquí Muriel Barbery.
En un relato que se lee rápido –con capítulos cortísimos, que alimentan la avidez del lector por saber más–, Muriel Barbery da forma a un retrato de la sociedad actual globalizada, desde una posición de espectadora de lujo de los vericuetos y las miserias de la clase alta.
Como si se tratase de un mano a mano, Paloma –una adolescente superdotada e inconforme, hija de una familia acomodada– y Renée –una portera autodidacta, mordaz y desangelada– alternan sus voces para contarnos cómo ven el mundo; un lugar que a ellas se les antoja ridículo, mal armado.
En realidad, las dos protagonistas bien podrían ser una sola. Pues la portera y la adolescente tienen mucho en común: una erudición inusual para su condición, una especie de apasionamiento por la cultura japonesa (una desde el manga y otra desde el cine), una manía por la gramática y las frases bien escritas, y la capacidad de desmenuzar despiadada y lúcidamente los comportamientos de todos quienes las rodean.
Curiosamente, Renée y Paloma no llegan a entablar contacto sino hasta casi el final de la novela, pero desde el inicio es como si ambas se hubiesen puesto de acuerdo en la forma en que se relacionarían con el mundo y las cosas que merecen ser contadas de él.
A medida que pasan las 364 páginas de la historia, el lector se tienta cada vez más a pensar que la adolescente rica y la portera fea no son más que álter egos intercambiables que la autora utiliza para hablar de una realidad que le gusta muy poco, para compartir su fijación por la pintura holandesa del siglo XVII, o regodearse en los detalles de la pluma de León Tolstoi –a quien no puede idolatrar más–, así como también para dar rienda suelta a la fascinación por los laberintos de la lengua.
Si bien por momentos una cierta abundancia en el detalle de estos temas, demasiado específicos, que apasionan a Barbery puede ser de poca ayuda para que el lector mantenga el hilo de la trama, no es menos cierto que en esa misma abundancia se van consolidando los caracteres de sus dos personajes centrales.
Ágil en su escritura y fresca en su propuesta, Barbery ha optado por encontrar la voz de personajes tan marginales en la vida real que ni siquiera la Literatura se ocupa de ellos. ¿Qué puede decir una adolescente hija-de-papá? ¿Podrá salir algo diferente a quejas y chismes de la boca de la portera de un edificio de lujo en París? ‘La elegancia del erizo’ parece haber sido escrito para contarnos que sí, que hay todavía demasiadas voces y puntos de vista que no se toman en cuenta.
El libro además hace gala de un humor fino y cáustico, que se agradece, por lo que tiene de inteligente y de sencillo.
Al llegar hacia el final –con un desenlace inesperado– es fácil quedarse convencido y ávido de la belleza de las cosas simples, porque eso es lo que hacen Renée y Paloma para vivir a pesar de todo. Porque como alguien ya dijo y este relato lo confirma: la vida es bella, el mundo es feo.