En el estricto sentido, no pudiera considerarse como xenofobia lo que ocurre en el país cuando la sociedad asocia a un grupo de extranjeros con violencia o delincuencia y, en consecuencia, lo rechaza. Para llegar a ese comportamiento extremo, los sociólogos explican que debe existir un marcado sentimiento de odio y de rechazo hacia los inmigrantes, con acciones de desprecio, amenazas, agresiones e incluso asesinatos.
El debate sobre el tema se reabrió en Ecuador luego de la decisión del Gobierno de autorizar la legalización de los haitianos que ingresaron a Ecuador antes del 31 de enero. El argumento fue la solidaridad con Haití, luego del terremoto del pasado 12 de enero.
Aquí se pudiera hablar más de una suerte de discriminación. Es una sensación de incomodidad y hasta de desconfianza ante la presencia, cada vez más numerosa en las calles y más sitios de diferentes urbes, de inmigrantes colombianos, cubanos, peruanos, haitianos, chinos y otros.
Por ejemplo, se calcula que alrededor de 600 000 colombianos viven en Ecuador, aunque menos del 30% está en situación regular. La mayoría de ellos escapó de la ola de violencia en su país. Los peruanos fueron atraídos por las fuentes de trabajo que dejó la alta migración ecuatoriana. Chinos, cubanos, haitianos y más ingresaron a Ecuador ante la apertura migratoria estimulada por el actual Régimen.
La convicción de José Luis Guerra, del Servicio Jesuita de Refugiados y Migrantes (SJRM), es que este comportamiento, hasta cierto punto, se explica en que Ecuador nunca antes vivió flujos masivos, sobre todo de quienes llegan en busca de mejores ingresos. Solo estuvo acostumbrado a la llegada de gente que venía con intenciones de invertir o a estudiar.
Una reacción primaria es no relacionarse con ellos y aislarlos. El más común de los ecuatorianos ve al extranjero como alguien que lo desplaza en las fuentes de trabajo. Pero la socióloga Paola Moreno refuta esa idea al insistir que la mano de obra ecuatoriana ha salido al extranjero desde mucho antes que ocurriera la inmigración de colombianos, cubanos y otros.
Lo más grave -reconoce Guerra- es que se han creado imaginarios al relacionarlos, por ejemplo, con actos delictivos.
Eso ocurre porque el ecuatoriano tiene un sentido arraigado de nacionalidad, pero no de ciudadanía, que implica propender a un desarrollo integral de la sociedad. En las circunstancias actuales, los ciudadanos extranjeros ya son parte de la realidad e intentar discriminarlos resulta ilusorio.
Moreno cree que ocurre una situación más o menos similar en relación con los ecuatorianos que emigran a Chile, Argentina, Estados Unidos o Europa.
En opinión de la experta, se trata de una visión equivocada.“Que hay gente que delinque no se puede negar, pero no se puede atribuir esto a toda una nacionalidad”.
Además, la Defensoría del Pueblo dejó sin sustento a esa percepción, al afirmar que apenas el 3% de la población carcelaria es extranjera.
Los testimonios y denuncias que se recogen en el SJRM y las fiscalías revelan una serie de acciones que raya el discrimen. Estas van desde no querer alquilarles casas o departamentos, negar a sus hijos el ingreso al sistema educativo, restringir los subsidios de salud. Incluso el sistema bancario no les permite acceso al servicio financiero.
Tampoco tienen garantías laborales. Un extranjero puede tener visa de trabajo solo si es profesional. La mayoría es captada por el empleador inescrupuloso que evita el pago de seguridad social, vacaciones, etc.
Bajo estas condiciones, el temor de Moreno es que se convierta en una ‘bomba de tiempo’ y que ocurra igual que en Francia en el 2005. Allí una segunda generación de inmigrantes africanos provocó revueltas y reclamó sus derechos.
Para evitar eso debe haber un cambio de percepción social desde políticas y leyes que garanticen sus derechos, al igual que se reclama el respeto de los emigrantes ecuatorianos en el extranjero, dice la socióloga