Santiago Estrella Garcés,
Corresponsal en Buenos Aires
Cada noche, a las 19:30, Carlos y Osvaldo, dos jubilados, se reúnen en un café de la esquina Riavadavia y Camacuá, en Caballito. Diariamente, se quedan ahí hasta las 21:00. Con un solo café, pasan las horas conversando, mirando el fútbol o simplemente en silencio. Es su rutina necesaria para evitar la soledad de dos personas que no se han casado, no tienen hijos, menos aún nietos, y cuyos amigos cada vez son menos.
El 20 de julio, para Osvaldo, hombre que con humor siempre reniega de todo, es un día como cualquier otro. Está en el mismo café esperando a Carlos.
Cuando Carlos llega, le da el beso de saludo. Se sienta. Saca de una bolsa de papel un sobre con una tarjeta. “Tené”, le dice y añade: “Feliz Día del Amigo”.
Osvaldo se muestra escéptico como siempre. Abre la tarjeta. La lee. ‘Se le pianta un lagrimón’. “Qué hijo de puta sos –forma muy argentina de decir ‘te quiero’-. ¿Cómo me vas a hacer esto? Feliz día del amigo, también”, y le da un fuerte abrazo.
Buenos Aires, cada 20 de julio, parece un gran Facebook. Los amigos aparecen por doquier. Los abrazos se multiplican. Los celulares se saturan. Los cafés están llenos. Las reservaciones se hacen días y hasta semanas antes, y no hay lugar si uno aparece así nomás pidiendo una mesa.
Los mensajes en el celular tienen el mismo talante y llegan todo el tiempo. “Un amigo es aquel que está contigo en las buenas y en las malas, pero sobre todo está contigo”. “La amistad es más duradera que la vida misma”. Cosas así se dicen. Uno se siente obligado a responder. ¿Y ahora? Esto no es algo a lo que estoy acostumbrado, como ecuatoriano. ¿Cómo se responde? ¿Qué se responde?
“Gracias, amigo. También te deseo un feliz Día del Amigo”. “Lo bueno de la vida es que pudimos conocernos para ser amigos”.
Mucha cursilería en textos abreviados, propios de los códigos de los sms.
Lo más grave viene después. Luego de tanto mensaje, entran las ganas de fiesta, de salir con alguien que debe estar en la misma condición: tomar algo, cenar, tantas cosas. Simplemente es un día apropiado para encontrarse con los panas. Sacar el aparato del bolsillo y escribir a uno, que se siente como más amigo:
-¿Y? ¿Hacemos algo esta noche?
-No puedo. Voy a salir con amigos –decían y pensar que agradecían a la vida por conocernos; aunque como dice Óscar, de Lanús: “Yo tenía que encontrarme con tres grupos de amigos y cuando llegué al primero, estuvo tan buena la charla y el vino que me quedé toda la noche”.
María Leonor, por ejemplo, es de aquellas para quienes el Día del Amigo no tiene ninguna importancia. Está sola leyendo un libro en el bar La Giralda. No celebrará con sus amigas el día porque “es una contradicción. ¿No se homenajea la amistad todos los días? Para mí es así desde muy chica. Era un programa para adolescentes”.
-¿No pasa lo mismo con el Día de la Madre? ¿No debemos homenajear a nuestra madre todos los días y no solo el segundo domingo de mayo? –le pregunto.
-Sí. Pero eso sabés que es una convención comercial.
-Además, que Argentina tiene día para todo: día de la bicicleta, del asado, del acordeonista, etc.
-Sí. Y además, aquí es más tonto todavía. A uno se le ocurrió festejar el Día del Amigo porque el hombre había llegado a la luna. ¡Es una pelotudez atómica!
Si bien La Giralda, un tradicional café de la avenida Corrientes, estaba llena y los mozos no se daban abasto, Buenos Aires no lucía como en años anteriores para celebrar entre panas.
Debe ser el año. Se lo veía desde los mismos negocios. Ya no había en sus ventanales los enormes afiches adhesivos invitando a celebrar. Quizá debe ser el mal momento y toda la inversión que hicieron los locales por el bicentenario y, sobre todo, el Mundial.
“Ya no había ganas de hacerlo”, cuenta el mozo de una pizzería de Flores que tiene esa tradición por cada fiesta local, aunque estuviera llena de gente y hasta gente esperando afuera hasta que una mesa se desocupara.
“Lo que no me gusta del Día del Amigo es esta onda comercial. Es algo que cobró mucha fuerza desde hace pocos años, unos siete u ocho”, cuenta Guillermo, de 57 años, quien tomaba una birra (cerveza) en la barra de un restaurante de San Telmo. Esperaba a unos amigos. “Pero qué bueno que haya motivos para encontrarse con personas que uno quiere. Eso es lo importante”.
Las mesas mayormente la ocupan hombres o mujeres. Es muy extraño ver mesas mixtas. Las hay, pero son pocas. En ese mismo bar, van llegando una a una cuatro mujeres. Al saludarse, se dicen “feliz día” y después de un tiempo intercambian regalos.
-Yo los festejo desde la adolescencia y ya paso de los 30 –dice Sonia. Pero este días no da para salir con las parejas –añade-. Él va con sus amigos y nosotras con las amigas. Es así.
-O sea que es un día de libertad absoluta, pero para compartir con amigas o también con amigos –dice Carolina.
-Pero tampoco es para ir de trampa –aclara Claudia ante la posibilidad de que se mal entienda la libertad con la infidelidad.
Los 20 de julio se puede caminar por las calles de Buenos Aires totalmente solo también. Se puede mirar los restaurantes llenos, incluso cuando ya dan la 01:00 del 21 de julio.
La gente celebra chocando las copas de vino, los vasos de cerveza. No se les escucha decir “viva la amistad” o “yo te quiero amigo”, cuando el alcohol trepara hasta la cabeza de alguno.
Afuera, los solitarios de toda gran ciudad quizá ya ni recuerden los tiempos en que ellos también salían ‘en malón’ (en jorga). Buenos Aires puede ser un gran Facebook: los amigos son pocos, aunque saludemos a millones.