El desencanto de un sirio en Atenas

Lawand Deek sale del cibercafé tras varias horas de charla virtual. Devorado por el tedio, deambula por Atenas hasta que se sienta en un banco. "Al principio era muy optimista porque dejé atrás Siria y Turquía. La gente dice que desde Grecia es muy fácil ir a Europa, pero no es cierto. Es muy difícil ir a un país europeo", lamenta el joven de 21 años, que habla como si el país heleno no formara parte de la Unión Europea.

Medio año en la capital griega, sin trabajo ni horizonte vital, ha bastado para que el desencanto se apodere de Lawand, un sirio entusiasta que guarda un diario de su éxodo e incluso fantasea con escribir un libro. Si lo hace, no parece que la estancia en Atenas vaya a ser una de sus fuentes de inspiración literaria. "Creo que los refugiados sirios deben quedarse en Turquía. Es mejor que venir aquí e intentar ir a otro país... En Turquía puedes encontrar un trabajo y puede que la guerra siria acabe pronto", comenta Lawand, visiblemente irritado por su situación.

¿De dónde nace tanta frustración? Muchas de sus ilusiones se han evaporado. Natural de Kabane, en el noreste de Siria, desde pequeño Lawand estuvo interesado en viajar a países como Rusia o Canadá. Pronto empezó a estudiar inglés para buscar un futuro fuera de su país. Cuando la guerra estalló y los combates llegaron a la provincia de Ar-Raqqa, donde vivía, decidió por fin marcharse.

Cruzó la frontera y pasó buena parte de abril de 2013 en Turquía, donde entró en contacto con traficantes. Su idea era dar el salto a Europa, de modo que se trasladó a la ciudad costera de Izmir y, desde allí, se subió en una patera con 24 sirios para llegar a la isla griega de Lesbos. "La policía griega nos vio desde su barco. Teníamos miedo de que nos devolvieran a Turquía, pero al final nos ayudaron a llegar a la isla", recuerda. Una vez en Lesbos, y tras ser arrestados, la policía expidió a los sirios un certificado para que pudieran permanecer en territorio griego durante seis meses. Lawand y sus acompañantes de viaje ya eran libres y tomaron el primer ferry a Atenas.

Han pasado casi seis meses desde entonces. Lawand vive en Atenas con un sirio que le ha abierto las puertas de su casa. Se ha teñido el pelo. El dinero le llega sobre todo a través de familiares. "No puedo trabajar porque no hablo griego. He intentado buscar trabajo pero ha sido imposible", se queja. No tiene demasiados conocidos en el vecindario: se pasa las horas muertas en el cibercafé hablando con familiares y amigos. "Mis padres usan internet desde Siria, cerca de la frontera turca. Normalmente hablo con ellos por las noches", explica.

Abstraído, Lawand repasa su rutina diaria de forma mecánica. "Voy al cibercafé. El resto del día veo la televisión. A veces cocino", dice con gesto impertérrito. No esconde que su sueño es trasladarse al Reino Unido o a Canadá para estudiar Administración de Empresas, pero la impotencia hace que se empiece a replantear su futuro. "Lo intenté todo y todo es difícil. Fracasé. No sé adónde iré", admite. Lo único que tiene claro es que no intentará salir de Grecia de forma irregular por barco. "Es muy peligroso", insiste Lawand, que describe la muerte de inmigrantes cerca de las costas de Lampedusa como un suceso "trágico".

El joven sirio arrastra fatiga en cada una de sus palabras. Solo a veces, su rostro recobra de forma intermitente el gesto risueño de aquella lejana mañana primaveral en la que llegó en barco a Atenas. "Después de haber fracasado tantas veces en salir de aquí y perder mucho dinero, estoy decepcionado. Pero aún tengo esperanza", dice.

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