La vida y la carretera pasan raudas y no estamos acostumbrados a mirar, a hacer una pausa, a poner en neutro nuestra agitación y contemplar lo cotidiano con ojos bien abiertos.
Al mirar de pasada y a 100 por hora, es difícil saber cuántas estrellas están ahí disponibles para nosotros, veloces conductores y devoradores de kilómetros.
Entre idas y venidas de Quito a Latacunga y viceversa he parado y he disfrutado de lo que más me gusta: apropiarme del silencio y tranquilidad que transmiten el viento y el volcán.