Es curioso pero, contra todo lo que pudiera pensarse, la globalización ha tenido un efecto positivo en el rescate, conservación y preservación de las comidas regionales. Y esta corriente se vive por todas partes.
Ha sido tanto el terror de ese fenómeno propio de la literatura y del cine de ficción -el mundo hecho un pañuelo y todos más o menos iguales- que se han generado intensos e, igualmente, eficaces movimientos dirigidos, precisamente, a impedir que esa ola de uniformidad arrecie con las ricas y particulares costumbres gastronómicas de los diversos pueblos del mundo.
Los europeos, por ejemplo, han hecho de esta defensa de sus costumbres una verdadera cruzada -como la que se libró en la Edad Media, con otros motivos, y hoy los españoles son considerados la vanguardia gastronómica del mundo. Con Ferrán Adriá a la cabeza.
Los elegantes franceses siguen firmes con su buena cocina y sus especialidades regionales. Lo mismo pasa con los italianos y su amor irrefrenable por la pasta; un amor que se ha desperdigado por el mundo entero, para estos momentos de la historia.
En Italia, de hecho, los locales de comida rápida son escasos y muy discretos, nada de grandes y luminosos letreros ni gente abarrotada por comer una hamburguesa o unas saladas y crujientes papas fritas.
Es divertido ver cómo en una de las más emblemáticas ciudades turísticas de Italia: Venecia -llena a rebosar, a pesar del pleno invierno y los temporales de lluvia y frío, de turistas asiáticos, de Europa del Este y de todas partes de Latinoamérica- la lasaña, los tallarines y los ñoquis se consumen como si fueran la más preciada hamburguesa.
En la fantástica Venecia, McDonald’s y su comida completa lista tan solo en 15 segundos han sido un tremendo fracaso.
¡Aún hay esperanzas! No todo está perdido ni a todo el mundo le gusta el ketchup.