Miguel Pazmiño G.
Redacción El Comercio
El título de bogotano lo ostentan ocho millones de personas que se enfrentan día a día con sus calles congestionadas, días lluviosos y distancias insalvables. Personas que encuentran el sustento diario sea desde la formalidad o la informalidad, aquí llamada “rebusque”, y ejercida por cientos de miles de vendedores callejeros de café tinto, recolectores de material reciclable en carretas guiadas por mulas, alquiladores de teléfonos celulares por minuto, etcétera.
Dicho título me queda grande, aunque nací y viví el primer año de mi vida en la capital de Colombia, hasta que mis padres decidieron mudarse al Ecuador, y privarme de crecer en la ciudad escenario de la Toma del Palacio de Justicia en el año 85, del concierto de Guns N’ Roses en El Campín en el 92, o del asesinato del comediante Jaime Garzón en el 99, entre otros hechos que marcaron a mis contemporáneos.
Estoy de regreso en Bogotá por unos pocos días, con la ilusión de mostrarle a Marge, mi esposa canadiense, de qué se trata todo esto y transmitirle algo de mi amor por esta sabana interminable, aunque la tarea fuese difícil. Tengo una sola tarde para el ‘city tour’, ya que el resto de días está reservado para compromisos familiares.
Bogotá aún no cuenta con esos buses de dos pisos para paseos turísticos, ideales para recorrer de manera antiséptica los atractivos de la ciudad. Las opciones son: caminar, el colapsado transporte público o alquilar un taxi por el día, opción costosa ante la significativa pérdida de poder adquisitivo del dólar frente al peso.
Por suerte se cruza en mi camino Mike Ceaser, un gringo simpático traído a estas tierras por su trabajo de periodista y que decidió quedarse y montar un negocio de tours guiados en bicicleta. Su aparición coincide con el despertar del turismo en Bogotá de los últimos cinco años, y la propuesta que nos hace es tentadora: recorrer en bici el Centro Histórico y los alrededores de esta ciudad, poseedora de la red de ciclorrutas más grande de Latinoamérica y pionera en los ciclopaseos dominicales.
A Marge y a mí nos acaba de convencer la oferta de Mike de salpicar el recorrido turístico, ofrecido en inglés y en español, con un recuento de la historia reciente de la ciudad.
Respetando el orden de los hechos, empezamos nuestra ruta en El Chorro de Quevedo, corazón del barrio de La Candelaria y lugar donde se dice fue fundada Bogotá. La placita, repleta de universitarios y unos pocos turistas, invita a quedarse y resguardarse del inminente aguacero en uno de los bares, bebiendo chicha en totuma, pero Marge pone el punto de orden y continuamos el trayecto.
La bicicleta es, en efecto, el medio de transporte ideal para sortear las calles con agilidad en medio de un Centro Histórico alborotado por el cierre de campaña electoral. Los choferes, pese al frenético tráfico, ceden el paso a nuestra minicaravana de tres ciclistas y una perrita callejera adoptada por Mike y bautizada como Parchita, que se mueve con soltura por las calles de Bogotá.
Avanzamos hasta la Plaza de Bolívar, rodeada de grandes edificios neoclásicos, sedes del Poder Legislativo y Judicial colombiano. Allí, Gustavo Petro cierra su campaña con un mitin y Mike aprovecha para contarle a Marge sobre el Polo Democrático, partido político con antecedentes en el movimiento guerrillero M-19, y el escándalo denunciado por ellos de los Falsos Positivos, penúltimo capítulo de la guerra que se libra en este país desde hace ya 60 años.
El recorrido sigue, mostrándonos la privilegiada oferta de museos, bibliotecas, centros culturales y salas de teatro del centro.
El “rebusque” se vuelve a hacer presente, esta vez en forma de comerciantes ambulantes de esmeraldas, a la altura de la calle 19. No compramos nada y en cambio enfilamos por la carrera 7ma hacia el norte de la ciudad, pasando por el distrito de Teusaquillo donde señoriales residencias de estilo inglés aguantan el paso del tiempo y la voracidad urbanizadora que quiere derrocarlas y convertirlas en fríos bloques habitables.
El tour continúa sin prisa, hasta terminar en la Universidad Nacional, un microcosmos que a veces parecería una reproducción a escala de Bogotá y su intensa y a veces caótica actividad política, cultural, económica y social.
Y allí, donde conviven tribus urbanas, partidos, élites y pueblos en ruidosa armonía, yo renuevo los votos con la ciudad que me vio nacer y sigo mi camino ya a pie, despidiendo a Mike y a Parchita hasta una próxima ocasión.