Nadie sabe qué es lo peor que le ha pasado a Italia en los últimos años: no volver a ser campeón mundial de fútbol, perder el primer lugar en popularidad con la pizza a manos del sushi o tener que soportar como primer ministro a Silvio Berlusconi.
Al jerarca de los jerarcas italianos, convertido en capo de los capos, casi como los de la Nostra Cosa, no le importa lo que le digan. Para él el poder es poder ejercer todo el poder. Y punto.
Le descubren amoríos múltiples con hermosas jóvenes en la residencia presidencial, con champán, caviar y estriptís, pero los machos italianos lo envidian, en lugar de criticarlo.
Disfruta de una vida de emperador romano, con todos los excesos de los jefes del ex imperio, pero se resiste a convertirse en momia.
¡Pobereta la Italia, solo le queda la Sofía Loren!