En Irak, los coches bomba, la persecución de cristianos y la corrupción marcan la vida diaria. Pero desde hace unos años, una orquesta juvenil compuesta por kurdos, árabes, cristianos, chiítas y sunitas, intenta luchar contra la separación y el terror.
Al igual que la orquesta West-Eastern Divan del argentino israelí Daniel Barenboim, que une a músicos israelíes y palestinos, la orquesta iraquí intenta acercar a través de la música a los pueblos y grupos religiosos del dividido país. Su primer concierto como artistas invitados tendrá lugar el 1 de octubre en el Festival de Beethoven que se celebra en la ciudad alemana de Bonn.
La orquesta la fundó en el 2009 una joven pianista iraquí con ayuda británica. Los músicos ensayan hasta ahora en la región autónoma kurda del norte de Irak, donde la situación de seguridad es mucho mejor que en otras partes del país.
Los 43 integrantes de la orquesta tienen entre 16 y 28 años y fueron seleccionados por el director escocés afincado en Alemania Paul MacAlindin. Entre sus miembros fundadores figura la joven violonchelista bagdadí Tuka Saad Yafar, de 17 años.
Durante las pausas de los ensayos, Tuka bromea con sus compañeros, pero en ningún caso tiene el aspecto de una chica despreocupada. “Ya de niña vi muchos cadáveres en las calles, había atentados una y otra vez”, cuenta. Y la expresión de su rostro ens dura y seria. “Mientras las bellas artes morían y los músicos buenos huían uno tras otro del país, los terroristas hicieron del asesinato un arte. Ideaban nuevos métodos para matar a la gente.
“Es cierto que en los últimos dos años el terrorismo ha disminuido un poco, pero el fanatismo no. Incluso las chicas que llevan pantalones reciben amenazas”, dice la joven. Cada vez que Tuka sale de casa de sus padres, en el barrio chiita de Al Salam, con su violonchelo, un taxi la espera en la puerta. Entonces mete apresuradamente el instrumento en el maletero, pues tiene miedo de que los extremistas la maten por ser música.
“¿Por qué una chica tan decente como tú, que reza y lleva velo, se dedica a algo tan pecaminoso como la música?”, le preguntaron incluso algunos familiares conservadores de la ciudad chiita de Kerbala. Y es que una orquesta compuesta por hombres y mujeres y que además interpreta música clásica occidental es considerada pecado por los islamistas, que tras la invasión estadounidense en 2003 se han consolidado en Irak.
Tuka está dispuesta a luchar, no con las armas, sino con el sonido de su chelo. Y lucha contra la ignoracia y el terror, pero también contra la resignación que se ha apoderado de una parte de su generación. Gobernados por políticos corruptos y apenas tocados por el espíritu revolucionario de la primavera árabe, los pocos jóvenes iraquíes que poseen una buena educación y aún no han abandonado el país se sienten perdedores y desolados.
Solo los kurdos, que en su región autónoma han logrado crear un Estado que más o menos funciona, llevan una vida sin alambres de espino, tanques ni antetados suicida. Bashdar Ahmad Sedik, de la ciudad kurda de Suleimaniya, enseña economía y espera conseguir una beca para cursar un master en el extranjero.
Al contrario que los músicos de las convulsas Bagdad, Mosul o Kirkuk, este violonchelista de 27 años se entusiasma cuando habla con extranjeros. Solo durante los ensayos, que tienen lugar en la sala de conferencias de un pequeño hotel de Erbil, todos los músicos parecen igual de emocionados. Practican casi sin pausa durante siete horas al día, en tutorías con profesores alemanes o juntos, con toda la orquesta. Y una y otra vez dan conciertos espontáneos en el hotel, en los que casi siempre se escuchan ritmos orientales.
Esta semana, los iraquíes tienen agendado el estreno en Erbil de “A Reel of Spindrift, Sky”, una pieza que el británico Sir Peter Maxwell Davis ha compuesto para ellos. Y dos días después, la orquesta iraquí viajará a Bonn.