Jefferson Mera,
Redacción Cultura
Mishell Carolina podría ser el nombre de una joven apasionada por el atletismo, o de una ejecutiva con el tiempo justo para hacer ejercicios, pero en realidad es el nombre de una perrita callejera que vive en el parque La Carolina, y que al igual que a la hipotética estudiante o a la imaginaria ejecutiva, le encanta trotar en el parque y fue una de los 15 000 inscritos en la carrera Quito-Últimas Noticias 15K, que tuvo lugar el domingo pasado.
Un día de entrenamiento
Todos los días a las 05:00, decenas de atletas amateurs y otros no tanto comienzan su rutina de ejercicios en el parque. La Cruz del Papa es el sitio elegido para que los socios del club de atletismo Zerolímites comiencen con el calentamiento antes de cumplir con lo planificado por su entrenador Julio César Yépez.
El foco intermitente de un poste a ratos alumbra este espacio y permite ver a Mishell, cuyo pelaje negro se confunde en la oscuridad del amanecer. Ella se acerca hacia el círculo que han formado Nora Román, Victoria Calisto, Ramiro Casanova, Diego Velasteguí, Pablo Freire y Paco Mantilla, para el estiramiento. Estos socios del club la saludan amablemente, la llaman por su nombre y la acarician, pues es una más del grupo; Mishell les acompaña a trotar desde hace un año.
En esta ocasión, el grupo de ‘lechuzas’, como les llaman el resto de socios de Zerolímites, termina de calentar y se divide: Paco, Pablo y Diego trotarán en el parque, mientras Vicky, Nora y Ramiro harán ‘piques’ en la calle Portugal, a tres cuadras.
Mishell decide irse con el segundo grupo, que empieza el trayecto a ritmo de CCL (carrera continua lenta). La perra inmediatamente se pone al lado de Nora y Vicky, y acompaña la charla sobre el entrenamiento del fin de semana que ellas mantienen. Mueve su cola y de vez en cuando corre atrás de un pájaro que come los restos de arroz que algún descuidado botó, para luego volver junto a sus compañeras de trote.
Llegan cerca de la tribuna del parque, todos están atentos a que a ella no se le ocurra seguir a un carro y pase lo peor. Le gritan y con cuidado todos cruzan la avenida De los Shyris para luego ir por la calle Portugal hasta la seis de Diciembre y empezar una cuesta que parece interminable. La meta es correr distancias cortas de 200 metros cuesta arriba y regresar otra vez a la intersección.
A las 05:40 comienza el entrenamiento y todos se concentran. Mishell toma la delantera, tras la orden que Ramiro da para comenzar. Corre por la vereda mientras los tres hacen su mejor esfuerzo. Al llegar a la intersección de la calle Catalina Aldaz todos están exhaustos, Mishell llegó 10 segundos antes y los espera sentada en la vereda. Tras 40 minutos de piques en la Portugal todos regresan al punto de partida, mientras ella se pega a Vicky o a Nora para que la consientan con una caricia.
Papá y mamá
De regreso a La Carolina, los cuatro se encuentran con el segundo grupo de ‘lechuzas’ y otros socios menos madrugadores; entre estos últimos está Hipatia Puente, la presidenta del club. Mishell la ve e inmediatamente corre a saludarla y posa sus patas delanteras sobre las piernas de la ‘presidenta de a perro’, como algunos la llaman en broma, por su afición de dar de comer a los perros callejeros del parque.
Hipatia acaba de estirar y le dice a Mishell que espere, que tiene algo de comer para ella. Se da dos vueltas trotando y vuelve para cumplir su promesa; siempre le gustó cuidar a los perros abandonados.
Esta ama de casa tiene presente el día en que Mishell se le acercó por primera vez; fue en el verano del año pasado, a las 08:00, mientras daba de comer, junto con su hijo Julián, a algunos perros que rondaban el parqueadero que queda junto al Centro de Exposiciones Quito.
“Era bien jovencita, de unos cuatro meses a lo mucho. Al principio se acercaba recelosa y con desconfianza, después al ver que los otros perros comían lo que yo les daba ella también empezó a comer. Ahora parece que conoce el sonido del motor de mi carro, pues cuando abro la puerta ella está ahí esperándome; me saluda alzando una pata”.
Hipatia dice que al poco tiempo de darle de comer diariamente, la perrita empezó a frecuentar la Cruz del Papa y que de un día al otro se puso a trotar junto a los demás socios, quienes la acogieron con cariño. “Aun los socios que dicen no quererla se preocupan por ella cuando nos acompaña a trotar los sábados, la cuidan de los carros, le gritan ‘perra pulgosa, ven para acá’; la quieren a su manera”, cuenta sonreída.
Al preguntarle quién le puso el nombre de Mishell, dice que fue ella, en honor a la primera dama de Estados Unidos, debido que es muy inteligente y activa; el segundo nombre: Carolina, se lo puso el entrenador por el lugar donde vive.
El sol se abre paso entre las pocas nubes que se asoman por el cielo quiteño, son las 07:30 y los atletas de Zerolímites están realizando los ejercicios de aflojamiento. De esta forma estos ejecutivos, oficinistas, amas de casa y estudiantes terminan su jornada de ejercicios. Cada uno se va despidiendo y se prepara para su rutina diaria, que en el caso de Aurelio Vega, un empresario de 60 años, consiste además en comprar un pan, partirlo en varios pedazos y dárselos a Mishell y a los siete perros que viven bajo los árboles del lado derecho del parqueadero de la Cruz del Papa.
Esta costumbre la adquirió hace un año, aproximadamente, cuando un día le dio un pedazo de pan a Mishell; él admite que no le gustaban los perros, pero que se ha encariñado con esta perrita, que le acompaña a trotar regularmente, incluso cuando va a entrenarse algunas veces en el Parque Metropolitano. “Me halaga, me quiere y yo le correspondo, me deja en el carro y cuando no voy dos o tres días, ella se pone muy feliz al verme. Creo que ella sabe que soy como el papá”, cuenta orgulloso.
Su amigo y la 15K
Después de entrenarse regularmente durante un año con los Zerolímites y Mishell, no suena tan descabellada la idea que cruzó por la mente de Julio César, entrenador del grupo: inscribirla como una atleta más en la Carrera Últimas Noticias 15K. La finalidad era determinar cuánto cronometra la perra en la carrera, pues ya ha corrido las carreras UTE 2010 y la Carrera Héroes que organizó el Ejército en este año, claro que sin estar inscrita.
“Ella es como todo atleta”, comenta Julio César, “se entrena, corre, le da sed y hay que darle de comer”. Mishell come dos veces al día, tanto comida casera como alimento balanceado, que le dan Hipatia, Aurelio, Julio y algunos atletas del parque.
Julio César se queda hasta las 10:00 en el parque entrenando a otros atletas; en ese tiempo saca una pelota de goma de color tomate y juega con Mishell. Él también está encariñado con la perra, tanto que cada dos semanas, cuando hay algún día soleado, la baña con champú antipulgas detrás del quiosco de venta de jugo de naranja, que tiene ‘Don Víctor’ junto a la Cruz del Papa. “Él me presta un grifo y yo le baño con manguera”, dice. “La Mishell se deja nomás bañar, lo que no tolera es que le pongan bozal o correa, ella corre libremente”.
El jueves 6 de mayo a las 11:00 todo está listo para la inscripción: los USD 12, un fotógrafo, un reportero de EL COMERCIO y el entrenador; sin embargo, la inscrita no aparece. Julio decide buscarla por los alrededores con una bicicleta prestada, mientras el fotógrafo y yo esperamos a que aparezca. Han pasado 10 minutos y no aparecen ni Mishell ni el entrenador. La Cruz del Papa está casi desolada en comparación con el ‘tráfico’ de las 05:00, hora en que reboza de vida.
Al cabo de pocos minutos se ve a lo lejos a una pareja de ancianos caminando y a Mishell junto a ellos, la llamamos y corre hacia nosotros, luego aparece Julio y los cuatro caminamos rumbo al centro comercial más cercano para inscribir a esta atleta que a más de uno ha conquistado.
El día de la carrera
El domingo 13 de junio, a las 07:30, llegan los Zerolímites a la av. Teniente Hugo Ortiz y Balzar, a dos cuadras de EL COMERCIO, desde donde se iniciaría la carrera atlética más emblemática del país. Mishell baja presurosa del bus que contrataron los atletas, puesta la camiseta de la carrera con el número 00386 y el chip en un collar celeste que lleva puesta. Julio César se ubica tras ella para que no se pierda entre los cientos de personas con camisetas blancas que se dirigen hacia la largada.
A las 07:50, ya en la av. Maldonado, Mishell se pasea entre las piernas de los corredores que se calientan, camina por los alrededores y regresa; más de un socio la llama para que no se pierda.
A las 08:30 concluye el calentamiento compuesto por varios ejercicios y un trote suave en círculos en el que Mishell también participa moviendo la cola. A los cinco minutos, los atletas se dispersan entre una multitud en la que es imposible distinguir rostros. La aglomeración humana parece un panal de abejas. Julio César y Mishell se meten en medio de esa inmensa ‘colmena’.
A las 09:00 comienza la carrera. Tambores alientan a los corredores, mientras muchos de ellos se encomiendan a Dios, otros gritan: “¡Sí se puede!”, “¡Viva el Ecuador!” y otros tararean canciones del Mundial de Fútbol. Sin duda, más que una carrera pedestre parece una fiesta.
En este momento pierdo el rastro del entrenador y de la perrita, por la cantidad de gente y porque no tengo la condición física necesaria para seguir a estos dos atletas que suelen correr a un ritmo de tres minutos por kilómetro, por lo cual tengo que terminar la carrera y esperar que Julio y los otros socios me cuenten cómo le fue a Mishell.
Pasadas casi las dos horas de carrera aparece Julio junto a Mishell en la carpa que el club instaló en la Naciones Unidas, para recibir a sus socios. La perra se sienta e inmediatamente Hipatia le da de tomar agua en una tarrina, mientras que Alejandra, otra socia, le convida un sánduche, que ella come pausadamente. Mientras tanto, Julio cuenta que Mishell lo acompañó desde el principio de la carrera hasta el kilómetro 8, cuando Aurelio la llamó y se adelantó a correr con él, y que en el kilómetro 11 se quedó en el parque La Carolina, seguramente porque pensó que había terminado la carrera y que ya estaba en su casa. Por eso Julio tuvo que regresar al parque a buscarla para que termine la carrera.
La encontró en la acera de la av. Amazonas, a la altura de la Cruz del Papa. “Durante toda la carrera la gente la aplaudía y la alentaba, algunos incluso sabían su nombre”, dice Julio. Al llegar a la meta la cargó para que los organizadores le den la medalla, luego salieron del estadio.
Mishell está tendida en el piso descansando bajo la sombra que proyecta la carpa, algunos socios la acarician y la felicitan. Cuando todos han llegado se desarma la carpa y Julio le quita la camiseta, el collar con el chip y juntos se van al parque La Carolina, su hogar.