Ignacio tenía alrededor del cuello un pañuelo anaranjado al estilo de los encierros de San Fermín.
Pero el color expresaba su posición: acompañaba a la Iglesia Católica en su cruzada en contra del matrimonio homosexual, que, al cierre de esta edición, aún se debatía en el Senado.
A pesar de su pañuelo, mantiene sentimientos encontrados: “tengo amigos gay, pero preferimos evitar el tema. Saben que no estoy en contra de que tengan derechos como los de cualquier pareja heterosexual (herencia, salud, etc.). Pero no estoy de acuerdo con la adopción. Es muy difícil para un niño decir ‘papá y papá’ o ‘mamá y mamá”.La noche del martes, cerca de 50 000 personas llegaron hasta el Congreso demandando a los senadores para que rechacen la nueva Ley. Estuvieron niños, hombres y mujeres. Cantaban canciones religiosas.
Sostenían en sus manos carteles: “La mejor ayuda para los homosexuales: no promover una cultura homosexual”. “No hagan leyes torcidas”. “Unión homosexual = perversión” y “Sodomía = delito”.
“No somos excluyentes”, intentaba explicar el padre César, de la parroquia Nuestra Señora de Itatí. “El matrimonio es una unión natural entre un hombre y una mujer, es un derecho creado por Dios por el bien de la humanidad. Los que apoyan el matrimonio gay están cayendo en un equívoco sentimental, que desvirtúa el amor que debe procrear. No se puede decir que somos excluyentes cuando se habla de desiguales”, añadía.
A pocas cuadras, en el Obelisco, así como en varias esquinas y plazas de la capital argentina, se armó “el ruidazo” a favor de la modificación del Código Civil. José María di Bello, uno de los militantes de la causa, dijo a este Diario que esos carteles son “las evidencias de la exclusión a la que nos somete la Iglesia Católica. Pero esos argumentos también los evidencia de lo que son. Esta Ley, tarde o temprano, se va a aprobar. Y si hoy no sale, vamos a seguir casándonos acudiendo a la Justicia”.
Envuelto en una bandera con los colores del arco iris de la comunidad gay, Gustavo declaraba “lo que quiero es que nos den el derecho a la palabra matrimonio porque quiero casarme. No quiero estar unido, como proponen los católicos”.
Los sectores antagónicos al matrimonio igualitario han propuesto que se les otorgue la unión civil, figura que les daría los mismos derechos de cualquier pareja heterosexual, menos la adopción. “Que hagan lo que quieran”, dice Andrea, una joven de 20 años. “Lo que no acepto es que les permitan adoptar. Los hijos no van a salir bien. Los hijos crecen normales con un padre y una madre”.
El tema de la adopción es quizá el punto más controversial. “El argumento de la unión civil es dar un poco pero no todo. Pero si me das un poco, ¿cuál es la razón de que no me des todo. Eso consagra familias de clase A y B”, decía la senadora Beatriz Flores.
Para los grupos católicos, la familia se destruirá. Lo mismo decían con el matrimonio civil en 1919. La senadora Liliana Negre, quien lleva adelante el rechazo a la Ley, habló de que el matrimonio gay permitirá “el mercado negro de espermatozoides y óvulos” y que las parejas heterosexuales no gozarán de los mismos derechos, porque “el apellido de los niños tienen los padres; en el caso de los gay, se puede elegir. Es un tema de identidad”.
Lo paradójico de la discusión en Argentina es que la adopción es permitida para solteros sin importar sexo ni orientación sexual. Hay padres o madres gay que tienen hijos. Si están en pareja, los derechos del niño solo dependerán únicamente de quien adoptó legalmente. “Y lo que queremos es que los niños también tengan derechos de las dos personas”, dice María Rachid.
“Ahora esperamos que todos los heterosexuales salgan a adoptar hijos. Ya no van a haber niños abandonados en Argentina”, ironizaba el actor Pepe Cibrián.
Hasta la medianoche continuaba el debate en el Senado.