“Quiero ir a trabajar, pero si no hay transporte me será imposible llegar”, alertó una maestra a los padres de sus alumnos. Como el de ella, fueron muchos los casos de personas que no pudieron llegar hoy jueves 10 de abril, a sus empleos en la Argentina por la huelga general.
Otros trabajadores hicieron propio el reclamo sindical: “El sueldo no me alcanza para nada y cada día todo está más caro”, lamentó un operario de una fábrica de plásticos.
Las ciudades mostraron postales de avenidas vacías por la adhesión casi absoluta del transporte a la huelga convocada por los sindicatos opositores en reclamo de medidas contra la inflación, el ajuste y la inseguridad.
Sólo transitaron algunos autos particulares, taxis y vehículos de alquiler. Los piquetes de grupos de izquierda en accesos y rutas desalentaron además la circulación.
Muchas fábricas no operaron, los hospitales sólo atendieron emergencias, cerraron las estaciones de venta de combustible y no hubo recolección de residuos ni abastecimiento de mercadería.
Algunas empresas adoptaron un sistema de taxis y minibuses privados para que sus empleados pudieran asistir al trabajo, otras implementaron el teletrabajo.
Los dueños de los comercios se hicieron cargo de la venta diaria, a sabiendas de que sus empleados no podrían llegar, otros bajaron sus persianas.
Nadie, excepto el gobierno, cuestionó demasiado los reclamos de las centrales obreras opositoras que realizaron la segunda huelga general contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.
Los salarios corren demorados detrás del aumento de precios que sólo en los primeros dos meses del año trepó un 7,1 por ciento, según las cifras oficiales. Y esto luego de una inflación de 28,3 por ciento en 2013 de acuerdo al “índice Congreso” que difunden legisladores opositores según cálculos de consultoras privadas.
El aumento de 11,3 por ciento que recibieron en marzo los jubilados y pensionados no alcanzó además para equiparar los aumentos de precios registrados desde la anterior subida en septiembre.
La combinación de la inflación con la devaluación del peso, el incremento de las tasas de interés y alza de tarifas por reducción de subsidios comenzó a afectar el consumo y a enfriar la economía.
Un 61 por ciento de la gente considera que durante el último año sus gastos crecieron más que sus ingresos, según una reciente encuesta de la consultora Poliarquía.
En los últimos tiempos ya hubo otros reclamos salariales de fuerte impacto, como las huelgas policiales en numerosas provincias en diciembre pasado, que al dejar ciudades sin seguridad dieron paso a violentos saqueos. O el paro de maestros en marzo en Buenos Aires, que demoró casi un mes el inicio de clases en la provincia más poblada del país.
Esta huelga general fue sin embargo distinta a otras protestas. Sin manifestaciones sindicales en las plazas, ni pancartas ni cánticos.
No se encontró la tradicional imagen del trabajador reclamando por sus derechos en las calles. El mensaje contundente lo enviaron las avenidas vacías, una Plaza de Mayo despojada.
Los gremialistas se distanciaron además de los piquetes y cortes que realizaron durante la mañana agrupaciones de izquierda. El temor a disturbios pudo más que una demostración de fuerza con una plaza llena de manifestantes como ya varias veces logró el jefe de la fracción opositora de la Confederación General del Trabajo (CGT) Hugo Moyano, otrora aliado del kirchnerismo.
Los rumores sobre posibles acciones violentas también desalentaron que la gente saliera de sus casas.