12 ciudades quieren boicotear a Arizona

 La avenida Van Buren  era una de las más vibrantes en el centro de  Phoenix, hoy es muy poco transitada.

 La avenida Van Buren  era una de las más vibrantes en el centro de Phoenix, hoy es muy poco transitada.

‘Ándele!, ya van nueve y al ruedo”, dice Manuel Martínez, tras leer en el periódico que Seattle se suma al boicot en contra de la ley 1070, que convierte a los inmigrantes sin documentos en criminales.

Martínez, un veterano de Vietnam, que ha hecho de su rechazo a la ley su última batalla, nació en EE.UU. pero no se olvida que sus raíces están al sur del Río Grande.

“Solo servimos para ir a morir en las guerras. Mire cuántos Garcías, González y Gómez murieron”, dice apuntando a los grandes paneles de granito que están frente al Capitolio, donde se ven los nombres de los soldados de Arizona caídos en Vietnam.

Hasta el viernes pasado, 12 ciudades grandes se habían sumado al boicot comercial en contra de Arizona. El alcalde Phoenix, Phil Gordon, cuantificó 90 millones de dólares perdidos.

“90 son un golpe”, dice Patricia Madrigal, una de las organizadoras de la vigilia en contra de la ley. Desde la radio latina 1190, el activista Jorge Méndez enumera al público quiénes se están sumando: “el América y el Pachuca no jugarán fútbol en Arizona. Las pérdidas son de 2 millones”.

Fuera de micrófonos muestra la lista de espectáculos deportivos cancelados, con pérdidas de unos 6 millones. “Los jugadores latinos no quieren venir a un estado donde se discrimina por el color de la piel”. Si eso ocurre, unos 40 millones se perderían.

Barrios fantasmas

No tan lejos del centro, donde se cuece la política, están los barrios casi fantasmas. Arizona fue el epicentro de la debacle inmobiliaria. Casas compradas en 180 000 dólares están abandonadas y si hay suerte se venden en 30 000 dólares. “El boicot es el último empujón”, dice el ecuatoriano Misael Pérez, quien trabaja con su esposa, Marta, en la cadena de hoteles Marriott. “Cada vez recortan más personal y nos quitan horas de trabajo. Con esta última ley ha bajado la clientela y los trabajadores que no tienen papeles se van”. Unos 200 000 trabajadores dependen de la hotelería, según cifras de esa industria.

Gabriel es un campesino  mexicano que ahora cuida ganado en el desierto de Maricopa.

Una realidad es indiscutible, el actual déficit de USD 3 200 millones se profundizará. La Cámara de Comercio Hispana de Arizona registra unos 50 000 negocios en manos latinas, hoy afectados por la recesión y la estampida de trabajadores.

Como dice Judy Gans del Centro Udall, de la Universidad de Arizona, “los inmigrantes con o sin estatus legal consumen y eso significa una mayor recaudación de impuestos”. Si no es el boicot será la pobre recaudación de impuestos la que agrandará el hueco de la caja fiscal. Por doquier hay negocios cerrados y hasta Home Depot, la cadena de venta material de construcción más grande del país, acaba de cerrar una sucursal en Phoenix.

La incertidumbre reina

En el este de Phoenix, la Panadería Guerrero es como la plaza pública donde se mide la energía de la comunidad hispana y en este tiempo está muy decaída. “Teníamos dos turnos con 15 panaderos y 12 cajeros, estamos reducidos a una jornada y a menos de la mitad”, cuenta el dueño, J. Asunción Salgado.

Tampoco nadie está de ánimo como para comprar muebles. “Mi clientela era hispana, los únicos que ahora vienen son los blancos. Si solo supieran que legalizando a los inmigrantes la economía despuntaría”, es el anhelo de David Vera, gerente de ventas de Mueblería El Sol.

Kirk Dickerson, propietario de una empresa de trasmisiones para autos, no ha visto afectado su negocio pero no sabe qué pasará después de julio, cuando la ley entre en vigencia. “Veo el miedo y la tensión en mis clientes. Muchos me han dicho que se quedarán hasta que los deporten”.

A este empresario le molesta el boicot, pero eso no quiere decir que esté a favor de la ley 1070. “Es una jugada política de la Gobernadora y eso me decepciona”.

Un desierto de  desesperanza

Este no es el desierto que encalleció las manos y despertó una pacífica rebeldía en César Chávez, pero como si lo fuera. En el sur del condado Maricopa estos días los melones crecen demasiado lento mientras las ansias de los obreros por trabajar se agigantan.

Chávez es un ‘bracero’ que en los 50 logró crear el primer sindicato de trabajadores agrícolas con un solo mensaje: los inmigrantes  van de finca en finca y  hacen una tarea difícil por una  paga miserable. Si Chávez aún estaría entre esos silenciosos obreros que hace una semana quitaban la hierba mala a la futura cosecha de melones,  ya se habría enterado que hay una nueva ley que los considera criminales y que las corporaciones agrícolas  no les pagan los salarios dignos por los que él  luchó.

Guadalupe Mosquera   cruza la frontera para recolectar melones; le toca dormir  en el desierto.

También sabría que muchos,  como Guadalupe Mosquera, durante las noches duermen entre los musgos del desierto porque no tienen para pagar un hotel. Con ellos no se puede hablar ni tomarles fotos por asuntos de seguridad nacional y alimenticia, según explica Tom, de la finca Knorr, cuando este Diario acude a pedir autorización para hablar con esas  personas que para protegerse del sol y del polvo se cubren con capuchas y pasamontañas.

Guadalupe llegó a Yuma buscando trabajo. Lleva muchos años cruzando el desierto y la última vez que lo detuvo la ‘Migra’ fue hace seis años. “Sentirme perseguido y no tener ni un peso para llamar a mi mujer por el Día de la Madre me hunde…”, dice  y una lágrima rueda por su rostro curtido de tanto viento, polvo y sol.

Suplementos digitales