Mujica no dejará de ser impredecible

El viernes (27 de febrero) el presidente José Mujica se despidió de su pueblo durante el arriado de la bandera nacional. Lo acompañó su esposa, Lucía Topolansky (der.). Foto:  Miguel Rojo / AFP

El viernes (27 de febrero) el presidente José Mujica se despidió de su pueblo durante el arriado de la bandera nacional. Lo acompañó su esposa, Lucía Topolansky (der.). Foto: Miguel Rojo / AFP

El viernes (27 de febrero) el presidente José Mujica se despidió de su pueblo durante el arriado de la bandera nacional. Lo acompañó su esposa, Lucía Topolansky (der.). Foto: Miguel Rojo / AFP

Conquistó al mundo con su vida espartana y su prédica contra el consumo. Sorprendió con la regulación del mercado de la marihuana, la despenalización del aborto, la aprobación del matrimonio homosexual y acogió a refugiados sirios y a expresos de Guantánamo.

Hoy (1 de marzo de 2015), los 3,4 millones de uruguayos despedirán a José ‘Pepe’ Mujica, el carismático presidente que gobernó los últimos cinco años y que dejará una huella como personaje polémico, mediático e impredecible.

‘Pepe’ se va del poder con su popularidad a tope (65%) pero con gran parte de sus promesas de campaña en el debe. “Me quedaron cantidad de cosas por hacer y espero que el Gobierno que venga sea mejor que el mío y tenga muchos más logros”, admitió el Mandatario el jueves (26 de febrero), en una entrevista con el semanario Búsqueda.

Poco apegado al protocolo y con una vida casi de película que atrajo la atención del cineasta serbio Emir Kusturica, este exguerrillero tupamaro de 79 años cierra cinco años atípicos de Gobierno en el que se lo pudo ver almorzando en bares del centro de Montevideo junto a su chofer, conduciendo su viejo Volkswagen “Escarabajo” de 1987. O asistiendo a la asunción de un Ministro vistiendo un pantalón arremangado y viejas sandalias.

Fue una máquina de lanzar ideas, propuestas y sugerencias en sus permanentes apariciones públicas y a través de dos audiciones radiales semanales en las que hablaba de todos los temas. Eso generaba dolores de cabeza a colaboradores, adversarios políticos y hasta la prensa, que a diario se veía sorprendida por sus declaraciones en tono coloquial.

“Dice cosas muy bien dichas y hermosas. Manifiesta cosas que hablan de un hombre capaz de transmitir lo que piensa. Sin embargo, no sabe llevar eso a la acción en concreto y eso fue lo que pasó durante su Gobierno”, resumió el expresidente Jorge Batlle (2000-2005), del tradicional Partido Colorado, de derecha.

Más allá de las coincidencias, discrepancias o diferencias con la gestión de Mujica y su persona, políticos y expertos coinciden, aunque no lo admitan públicamente, que logró desmitificar la figura del Presidente de un país, históricamente reservada a hombres con formación universitaria.

La familia de Mujica era de clase media, pero este exguerrillero, que no cursó niveles de educación terciaria, conquistó a los pobres y más desamparados con un lenguaje llano y directo y una forma de vida austera. “Uno llega a la presidencia con una cuota de idealización y después la realidad lo golpea en el hocico”, dijo en la misma entrevista, con su habitual lenguaje directo que le valió varios roces diplomáticos durante su mandato. De todas formas, cree que “unas cuantas cosas se hicieron”. “Logré que Uruguay exista, por ejemplo. Lo puse en el mapa”, aseguró.

Precisamente eso es a menudo señalado por analistas como el mayor logro de este hombre pragmático y negociador, que no pudo cumplir con todas sus promesas de campaña.

“Mujica no logró dejar una huella tan profunda como hubiera querido en materia de las políticas públicas. Pero su pasaje por la Presidencia dejó un legado intenso y perdurable en el plano simbólico”, dice el doctor en Ciencia Política Adolfo Garcé. Según el analista, por su pasado de guerrillero derrotado Mujica “se convirtió en ícono inesperado y rotundo del valor de la democracia electoral”. Fue símbolo del gobernante que no se coloca por encima de los demás ciudadanos y se convirtió en ejemplo del político que rechaza la acumulación de bienes materiales.

Estos valores “no son excepcionales en la política uruguaya. Pero Mujica logró llevarlos hasta el extremo y convertirlos en una dimensión distintiva de la ‘marca país’”, asegura.

“Mujica termina con una fama internacional muy grande, por sus características personales, por su modo de ser, por la austeridad que practica, y hay cierto contraste entre ese exitosísimo personaje que ha construido con lo que es su performance profesional como gobernante, donde hay algunas cosas razonablemente buenas, otras que no lo son tanto y algunas nada buenas”, comentó a la AFP Jorge Lanzaro, doctor en Ciencia Política.

En su opinión, la fama que el veterano político tiene “afuera” no se corresponde con la de “adentro”, donde tiene críticos “muy duros”, y no conforma a muchos sectores de la oposición, pero tampoco a críticos de dentro del propio partido de izquierda Frente Amplio.

Sus opositores le han calificardo de Presidente bipolar, con un discurso humanista, ecologista y anticonsumista, que contrastó con su gestión de Gobierno muchas veces complaciente con el sistema capitalista y las imposiciones de gobiernos poderosos y organismos internacionales.

Una de las “asignaturas pendientes” que deja es la reforma educativa, que Mujica había subrayado fuertemente en su discurso de asunción en el 2010.

En este país tradicionalmente orgulloso de su bajo analfabetismo, en las últimas décadas la tasa de repetición y la deserción educativa aumentaron. La ansiada reforma prometida por Mujica quedó en el debe y su plan de elevar a grado universitario la enseñanza técnica quedó a medio camino, por oposición de su propio partido.

Prometió recuperar el ferrocarril, pero sus esfuerzos tampoco dieron frutos y las antiguas vías abandonadas siguen a la espera de las inversiones millonarias. También quedaron por el camino planes de reforma del Estado o la promesa de disminuir la inseguridad.

En el terreno económico, en una región en la que el crecimiento se ha desacelerado, el Mandatario deja el país con un alza del Producto Interno Bruto (PIB) en torno al 3%, completando 12 años de crecimiento, aunque el déficit fiscal se sitúa en el entorno del 3,5%.

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