TRAS LA MUERTE DE BIN LADEN

En el imaginario colectivo del planeta se agrega la visión del cadáver de Osama Bin Laden sumergiéndose en aguas profundas. Era el hombre más buscado en la última década.

Se autoproclamó responsable de la brutal matanza terrorista de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, aunque los primeros datos dijeron que se había congratulado con la noticia y felicitado a los criminales autores . Después se borró del mapa.

Estados Unidos empezó una cruzada. Peinó Afganistán, vinculó a los terroristas con otras potencias de Oriente Próximo e invadió Iraq, capturó y ahorcó (por medio de jueces locales) a Saddam Hussein, en una guerra costosa cuya justificación -posibles armas nucleares- se derrumbó.

La búsqueda de Bin Laden tardó una década hasta que fue acribillado (asesinato selectivo) en una casa de Paquistán. Las fotos del cuerpo no las veremos. Barack Obama anunció, urbi et orbi, el triunfo que fue aclamado en EE.UU. El Mandatario demócrata demostró el vigor de un país que se siente defensor de la paz mundial. Diez años antes, el antecesor de Obama había declarado paladinamente que “todas las naciones en todas las regiones deben tomar ahora una decisión: o están con nosotros o están con los terroristas”.

Bin Laden fue aliado de EE.UU; se lo vinculaba con la CIA en la larga guerra de Afganistán contra la URSS. Su muerte y la desaparición del cadáver cierran una herida pero puede abrir otros capítulos. Tras el 11-S, Bin Laden dijo que sería una guerra larga: “América no volverá a soñar ni aquellos que viven en América volverán a sentirse seguros y a salvo”. Esas palabras retumban en la memoria, mientras se encendió la mecha de las protestas populares y varios países árabes cobran un nuevo rol político en la esfera planetaria.

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