La remodelación de un barrio del centro de Doha, la capital de Catar, ha dejado a muchos inmigrantes sin techo, y algunos incluso viven en la calle, achicharrados por las altas temperaturas de este rico emirato del Golfo.
Con salarios bajos en un país donde el precio de los alquileres se disparan, algunos de los inmigrantes, en su mayoría asiáticos, se han refugiado en casas de amigos y otros duermen en la calle, en el coche o en aparcamientos.
Todo ello en medio de una indiferencia total que ilustra una vez más las condiciones pésimas de los inmigrantes en este país, uno de los más ricos del mundo.
“Hace más de una semana, a las 21:30, la policía nos pidió que abandonáramos las habitaciones con todas nuestras pertenencias”, cuenta, indignado, el albañil Mohamed Faruk.
Hasta el 1 de julio, Mohamed vivía con otros inmigrantes, casi todos de Bangladesh, como él, en un edificio de dos plantas compuesto por ocho habitaciones. Entre cinco y seis personas vivían en cada una de ellas.
Los ocupantes recibieron la orden de no regresar al edificio. Pero Mohamed vuelve cada noche con sus compañeros a descansar frente a su antigua vivienda.
Expulsados por la fuerza
Mohamed afirma que entre 4 000 y 5 000 personas corrieron la misma suerte que él en Musheireb, un barrio del centro de Doha, donde los edificios viejos son demolidos para crear un nuevo barrio, el Musheireb Down Town.
Las autoridades habían colocado advertencias de expulsión pero los habitantes que seguían pagando un alquiler se quedaron en casa hasta la llegada de la policía.
Los policías “vienen después del iftar (la comida que rompe el ayuno musulmán) y si ven una puerta cerrada, la echan abajo y sacan todo lo que hay en el interior”, precisa otro inmigrante, un electricista.
“Creía que esperarían al menos hasta el final del ramadán“, afirma Suleyman, otro inmigrante.
Después de una larga jornada de trabajo, estos inmigrantes, extenuados por el ayuno, recorren por la tarde las calles de Doha en busca de otra vivienda.
“Me preocupa que tenga que pagar entre 500 y 600 riales”, se queja Mohamed Faruk, que gana 1 200 riales mensuales (alrededor de 330 dólares) y hasta ahora pagaba 300.
Llegó a Doha en 2009 a través de una agencia de reclutamiento en Bangladesh que le cobró por una garantía de empleo, de cobertura social y de vivienda.
Pero las promesas se esfumaron. Nunca tuvo una cobertura de seguro médico y se buscó él mismo la vivienda.
Vivía con 18 personas que compartían dos placas de cocción, un cuarto de baño pequeño y dos inodoros.
Para crear una habitación más, los ocupantes levantaron “un muro de cartón” y todos dormían en el suelo.
Obligados a quedarse
Pese a las circunstancias, todos ellos dicen que no tienen más remedio que quedarse en Catar para enviar a Bangladesh entre 200 y 300 riales por mes.
Majid estacionó el coche en un aparcamiento cercano y duerme en su interior. Trabaja por el día y cada día para alguien diferente.
A unos metros de allí se ven camas, colchones y enseres de otros trabajadores expulsados que se refugiaron en el aparcamiento.
El realojo de estos inmigrantes parece complicado en una ciudad con graves problemas de vivienda que se agravará probablemente con la llegada de unos 500 000 inmigrantes para las obras del Mundial 2022.
Catar es blanco de críticas debido a las condiciones laborales de los inmigrantes.
El ministerio de las Municipalidades, contactado por la AFP , aseguró que “no es responsable de la expulsión de los obreros” de las viviendas.