La Cantera de Tanlagua es la más grande de la zona. Su dueña, Carmen Gualoto, pavimentó casi dos kilómetros de vía de acceso, con USD 80 000. Foto: El Comercio.
Sentada en una silla de plástico detrás de un escritorio antiguo, con una cobija envuelta en sus piernas para paliar el frío de las 04:00, Carmen Gualoto –morena, pequeña y de ceño fruncido- entrega unos tiques a los volqueteros que van a comprar material pétreo en Tanlagua. Ella es, desde hace 20 años, la dueña de la concesión minera más grande de San Antonio de Pichincha. Tiene 48 hectáreas, de las 136,45 destinadas a la concesión minera en la zona.
Esta parroquia rural que hasta agosto del año pasado era el epicentro de las canteras ilegales, pasó de tener 45 minas improvisadas, a contar con ocho que cumplen con todos los reglamentos de ley. La de Gualoto es una de ellas. Desde hace cuatro meses, luego del cierre debido a los sismos, las canteras legales debieron suplir la venta de las clausuradas lo que mejoró el negocio.
En 120 días, las ventas en algunas minas se triplicaron. Carmen lo confirma. El facturero que abrió en la mañana y que acaba de terminársele antes del mediodía, también. No es fácil que Carmen -siempre seria- hable de cuánto dinero le deja la mina, pero cuando le va bien, entrega hasta 140 facturas, antes no llegaba ni a 40.
Lo único que ella sabe hacer para vivir, es explotar la tierra. Desde joven, con pala en mano, empezó el negocio con un camión viejo. Ella y sus tres hijos pasaron de no tener nada, solo necesidades, a contar con 15 empleados, cuatro maquinarias grandes y tres volquetas. Su marido se presenta y lo hace como ‘el esposo de la dueña’ admitiendo que la jefa es ella.
Carmen llama la atención a un cliente que entró sin usar casco. En su cantera la seguridad es ley. Hoy la autoridad les exige obras en la comunidad. Ella invirtió USD 80 000 en pavimentar la vía hasta su mina.
Nunca habla de lujos ni gastos suntuosos, pero sí de esfuerzo. A diario se levanta a las 02:00 y trabaja en medio de polvo hasta las 17:00. Vive en una casa en el centro de San Antonio, con sus hijos y nietos.
Aquí el tema de las minas siempre fue polémico. La proliferación de la ilegalidad hizo que la comuna creeara el concepto de que los dueños de las canteras se enriquecían y evadían la Ley. Así fue durante un tiempo, pero no todas lo hacían. Carlos Díaz, de la Agencia de Regulación y Control Minero, explica que hoy estas las minas cumplen con el pago de obligaciones económicas.
En San Antonio existen ocho concesiones mineras. El 60% del terreno destinado para esa labor le corresponde a Tanlagua y Fucusucu V. Ellas acaparan 80,85 ha. Sin embargo, no son las que más producen. Esa corona se la lleva Fucusucu III, desde donde el 2013 salieron 188 072 m3 de material pétreo.
Seguida por Terrazas de Mandingo y Tanlagua. De San Antonio, ese año salieron 585 000 m3 de arena, ripio, polvo… material suficiente para construir 5 850 casas medianas de 2 pisos. Según la Arcom, en el 2013, las minas legales de la zona movieron más de USD 2 millones.
Pero ¿es eso suficiente para considerarlo un negocio millonario? Para Víctor Hugo Albán, presidente del Colegio de Economistas de Pichincha, la respuesta es no. Es, más bien, un negocio sacrificado y de riesgo. Del total de lo que facturan, explica, un 20% es ganancia. Los negocios millonarios son las prospecciones petroleras y los relacionados con importaciones. Un negocio millonario debe dejar una rentabilidad del 200% del capital invertido.
Los dueños de estas canteras no tienen mansiones ni autos de lujos. Sus empresas no están entre las compañías más rentables de la ciudad. Pero tienen algo en común: pasaron de la pobreza a la bonanza y hoy tienen qué heredar a sus familias.
Ese es el caso de los Pérez, dueños de la Concesión Terrazas de Mandingo. Es un negocio familiar que se inició en 1964. Allí trabaja Jorge Pérez y cuatro de sus cinco hijos. Son oriundos de San Antonio. Jorge empezó a trabajar a sus 16 años, cuando un camión de material costaba 20 sucres. Trabajando a mano hacía cinco viajes. Hoy despachan hasta 100 volquetas.
En el 82 empezó la deuda, pero también el crecimiento de la cantera. Jorge compró una máquina en 5 millones de sucres. Hoy debe más de USD 240 000, pero su capital es mayor: dos excavadoras, dos cargadoras y una planta de trituración.
En su oficina, rodeado por sus hijos, todos profesionales de la U. Central (excepto el último que estudió en la San Francisco) recuerda sus inicios cuando no tenía para comprarle zapatos a su hijo mayor para educación física y debía pedírselos prestados a su prima.
No tienen otro negocio más que este, por lo que los cierres son dramáticos. Solo en gastos administrativos su nómina es de USD 15 000 más el IESS de los empleados. Viven frente al estadio del pueblo.
En el parqueadero está su auto: un Honda del 2005. ¿Y el Mercedes? Suelta una carcajada y revela que el negocio le ha permitido educar bien a sus hijos y darse unos gustos como viajar , pero no más.