Edwin Alcarás. Redactor
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Todo esto pasó antes de que Henry Miller publicase su ‘Trópico de Cáncer’, en 1934, y así inaugurase su fama de canalla, vividor, vagabundo y, pese a ello, o gracias a ello, escritor genial.
“Ningún hombre pondría palabra alguna por escrito, si tuviera el valor de vivir lo que cree. Su inspiración se desvía en el origen. Si lo que desea crear es un mundo de verdad, belleza y magia, ¿por qué coloca millones de palabras entre la realidad de ese mundo y él? ¿Por qué aplaza la acción… a no ser que, como otros hombres, lo que desee en realidad sea poder, fama, éxito? (…) Un escritor corteja a su público tan ignominiosamente como un político o cualquier otro charlatán; le gusta sentir el gran impulso, recetar como un médico, lograr un puesto propio, que lo reconozcan como una fuerza, recibir la copa rebosante de adulación, aunque tenga que esperar mil años. No desea un mundo nuevo que se pueda crear de inmediato, porque sabe que nunca lo satisfaría”.
Antes de la Villa Borghese (citada en la primera línea de esa novela), antes de los paseos alucinados por París, con el estómago ardiendo y el cerebro irritado, antes de todo eso Henry Miller fue un ciudadano estadounidense que habitó los barrios bajos de Nueva York cerca de 39 años.
Toda esa experiencia apareció luego, cuando Miller frisaba los 60 años, en una trilogía que, según la crítica, es su obra más extensa y lograda, la colección denominada ‘La crucifixión rosada’. En este mes empezó a circular en librerías del país una nueva edición de las tres novelas, ‘Sexus’ (1949), ‘Plexus’ (1953) y ‘Nexus’ (1960), con el sello Edhasa, del Grupo Océano.
Esta nueva apuesta editorial vale como punto de partida para refrescar una de las antiguas discusiones que refieren a la literatura de Miller: la de su vigencia y su capacidad de seguir atrapando a nuevas generaciones de lectores.
En mayo de 2001, el célebre autor de ‘Los detectives salvajes’, el chileno Roberto Bolaño, escribió una columna en el diario El Mundo que tituló Autores que se alejan. Allí se ponía nostálgico en este tono: “Hace unos días, con Juan Villoro nos pusimos a recordar a aquellos autores que habían sido importantes en nuestra juventud y que hoy han caído en una suerte de olvido”.
Luego, Bolaño dijo: “Pensamos, por supuesto, en Henry Miller, que en su día tuvo una gran difusión en España, y cuyo nombre estaba en boca de todos, pero cuya fama talvez obedecía a un equívoco: es probable que más de la mitad de los que compraron sus libros lo hicieran esperando encontrar a un pornógrafo (…)”.
A pesar de su prestigio, las tres novelas que conforman la ‘Crucifixión’ no gozan de tanta popularidad como las tres primeras novelas de Miller: ‘Trópico de Cáncer’, ‘Primavera negra’ (1936) y ‘Trópico de Capricornio’ (1939).
Esa predilección se explicaría en parte, según el catedrático y crítico literario ecuatoriano radicado en EE. UU., Fernando Itúrburu, por la brevedad y concisión de los ‘Trópicos’, “porque empiezan y terminan; la idea de conexión que ofrece y exige la trilogía es para un público más paciente. Ocurre lo mismo con los relatos de ‘Las mil y una noches”.
De todas formas esa equívoca fama de ‘pornógrafo’ ha servido para que la mayoría de sus lectores se haya acercado a él durante la adolescencia. El escritor quiteño Abdón Ubidia recuerda haberlo leído “en la primera juventud y casi a escondidas. En los sesenta Miller ya era Miller y sabíamos que había sido prohibido en Estados Unidos. Con varios amigos leíamos sus obras con el placer de vulnerar algo prohibido”.
Pero más allá de las hormonas queda, para Itúrburu, la gran literatura de Miller. Esa Obra, con mayúscula, que se percibe, precisamente, en la ‘Crucifixión’. “Es su proyecto más ambicioso, más oceánico, pues trata de completar una visión de conjunto junto a la exposición de una experiencia personal que se revela como monumental, cósmica, aunque dada en términos cotidianos (…)”.
Durante 40 años Miller perfeccionó su estilo trepidante y desbordante de imágenes hasta llegar a su trilogía mayor. Aquel estilo que hizo de sí mismo el mayor de sus propios personajes.