Le miente a ella; a mí, no. Este es el razonamiento que, ingenuamente, lleva a muchísimas mujeres a convertirse en amantes de hombres casados. Mujeres que están convencidas de que el hombre que le es infiel a su esposa no les será infiel a ellas. Razonamiento fatal; piedra angular del fracaso y la desilusión, que aplica igual en el amor como en la política.
La pregunta que esas mujeres, inexplicablemente, no se hacen es: ¿por qué el comportamiento de este hombre habría de ser diferente cuando se trata de ellas? Y al cabo de pocos o de muchos meses o años, esa pregunta no hecha les pasa factura.
¿En qué sustentarán esa fe ciega en alguien que está dando pruebas de sobra de, por decir lo menos, no ser transparente ni consecuente? Aventuro una respuesta: estas mujeres no se cuestionan la situación, no porque sean increíblemente ingenuas, sino porque de alguna manera necesitan creer que ese mundo ficticio que han imaginado para sí (léase: el hombre que lo deja todo por ellas) es posible. Y, en nombre de su ideal, renuncian a toda evidencia.
Entonces, cuando el protagonista de su cuento de hadas resulta ser más malo que Barba Azul (y se queda con su esposa, muy campante, y a ella la condena al sótano del olvido -que es el equivalente emocional a cortarle la cabeza, como hacía Barba Azul con sus mujeres), ‘la otra’ llega a la siguiente conclusión: también me miente (me mintió y seguirá mintiendo).
Y no, señores, aquí no acaba la historia. Déjenme contarles que este comportamiento no es patrimonio de damiselas enamoradizas jugando al amor; sé de algunos que jugando a la política cayeron en la misma trampa.
Por ejemplo, los Ruptura de los 25, que no dijeron nada cuando, en 2007, Correa cerró el Congreso inconstitucionalmente, siendo ellos los más fervientes defensores de la constitucionalidad -o al menos eso parecía en la era de Lucio-. ¿De verdad no se les ocurrió que, llegado el momento, al Presidente no le temblaría el pulso para cerrar la Asamblea, vía muerte cruzada, y arrasar así nuevamente con las instituciones y con sus tiernas carreras políticas?
¿Qué habrán pensado Alberto Acosta y Fander Falconí, cuando escuchaban a su líder denostar contra cualquiera que no pensara como él? Seguramente que nunca les tocaría a ellos; y que para seguir con su bienintencionado sueño revolucionario (en la misma lógica de la enamoradiza soñadora) bien valía la pena hacerse de la vista gorda con los videos de Patiño o los excesos de Dayuma.
Pero no hay mal que dure 100 años… porque algunos que en la más ingenua (o empecinada) de las posiciones, y que pese a toda evidencia, decidieron seguir auspiciando esto que la propaganda oficial llama “revolución ciudadana” ya han empezado a decir: también me miente.