Julio Cortázar, admirador de la revolución cubana y del mandatario comunista Salvador Allende, denunció que los dictadores ordenan desenfundar las armas y disparar contra seres humanos, pero también disparan “contra aquello que, una vez dueños de la calle, es lo que más temen y lo que más odian los fascistas: la palabra. La palabra hecha libro, canción, o grafitti. La palabra de los hombres que se sirven de ella para ampliar sus límites, acceder a la verdadera libertad, que no sólo es exterior sino que nace y vive en la mente y la sensibilidad de los hombres”.
El proyecto de Ley de Comunicación de los obedientes asambleístas del gobierno los desenmascara: se encuentran temerosos de la palabra; de lo que se pueda enterar el ciudadano a través de la prensa. Les da pavor que la gente sepa la verdad de las autoridades, y más miedo tienen que la chusma seguidora de verdaderos estadistas como Velasco Ibarra, se vuelque a las calles a protestar por lo que se puedan enterar. Por ello, ¡qué mejor que la información no conveniente al gobernante le llegue “mochada” a la población! ¡Qué óptimo subyugar el sistema de comunicación al Plan Nacional de Desarrollo, para acallar la voz y palabra!
La Ley Mordaza busca impedir la liberación de la mente, “la de la sensibilidad frente a la belleza, la lenta y maravillosa conquista de la identidad personal, de la auténtica capacidad de ser un individuo, sin lo cual no es posible defender y consolidar la liberación exterior y la soberanía popular”, conferencia de Julio Cortázar en 1975. Este comunista, magnífico escritor, defendía la palabra, ya que permite el crecimiento del pueblo. Pero en Ecuador de 2009 lo que se intenta es todo lo contrario: el derecho a la información, a la palabra, someterlo al designio del gobernante expresado en el Plan Nacional de Desarrollo.
El miedo de los fascistas a la cultura, a la información, a la palabra es, según Cortázar, “el certificado irreversible de su fracaso final… Lo que ningún sistema fascista ha podido ni podrá, es matar a alguien por dentro y dejarlo a la vez vivo; está condenado a dominar sobre un inmenso cementerio o terminar como terminaron Hitler y Mussolini…”.
Un gobernante podrá impedir se conozcan hechos; podrá censurar la palabra; podrá disponer se destruyan bibliotecas; podrá manejar todos los poderes, pero no podrá “quemar el contenido de esos libros en la mente y sensibilidad de quienes esperan traducirlos en acciones”.
Sin libertad de información ni expresión se vive dictadura. Habrá gente cohibida ante el temor de las armas del gobernante… hasta que se despierte y salga a las calles para terminar con fascistas disfrazados de demócratas.