Marco Arauz
Ortega
Subdirector
marauz@elcomercio.com
La salida del canciller Fander Falconí puede ser leída, en primer lugar, como la reacción a la crítica del Presidente al manejo de la Iniciativa Yasuní-ITT. En esa medida también se explica la renuncia de Roque Sevilla a la presidencia de la comisión, pero en el caso de Falconí el asunto va más allá: él dijo que no ve un compromiso claro con un nuevo modelo de desarrollo ni de producción, simbolizado por la iniciativa.
Con ello, Falconí, un funcionario referencial del Gobierno, en la medida en que aportó en su teorización y planificación, da a entender que no tiene cabida la corriente fundacional del movimiento, y pasa a coincidir con Alberto Acosta, quien se ha dedicado a poner en evidencia las contradicciones del Gobierno con el ideario. Esa tendencia coincide con sectores indígenas y de izquierda que hoy están fuera del Gobierno.
A simple vista, la línea más pragmática va ganando la pelea interna, lo cual no significa que se haya logrado un acuerdo sobre el modo de conducir al movimiento: hay una línea dura que se pronuncia por organizarlo y direccionarlo, y otra que cree en la participación civil, no necesariamente en forma de partido. Esa línea busca mayor participación social para un proyecto que es básicamente personalista.
Llama la atención que el encargado de la difícil tarea sea el Ministro Coordinador de la Política, quien evidencia limitaciones y resistencias internas. Esta nueva oportunidad de Patiño no solo no asegura que el movimiento suelde sus fracturas, sino que puede provocar choques inconvenientes con otras fuerzas políticas.