A quienes llevamos varios años trabajando en el campo de la salud, no nos sorprenden las muertes de neonatos ocurridas recientemente en distintos hospitales del país. Tampoco ponemos el grito en el cielo por las deplorables condiciones físicas e higiénicas de muchas casas de salud pública. Nos duelen y nos indignan dichos hechos y situaciones, es cierto, pero no nos rasgamos las vestiduras: hacerlo sería un vano intento por exorcizar deficiencias estructurales que requieren de otras respuestas más que del simple voluntarismo político.
Incrementar el gasto y la inversión pública no resuelve, por sí solo, los problemas de salud del país. Eso lo saben los expertos en el tema, que llevan décadas debatiendo sobre propuestas viables para los países no industrializados; eso lo saben perfectamente todos los funcionarios, técnicos y teóricos de la salud que hoy trabajan en el ministerio, y que desde hace muchos años han participado en innumerables espacios y eventos de discusión sobre la necesidad urgente de la reforma de la salud. Me consta. Por eso me admira que hoy le apuesten a una estrategia que refuerza y profundiza un modelo biomédico basado en la prestación de servicios, en la construcción de infraestructura y en la adquisición voluminosa de equipos y fármacos. Precisamente lo que ha sido severamente cuestionado desde las posiciones que se han autocalificado como “alternativas y contestatarias” al sistema.
Los estudios sobre la iatrogénesis hospitalaria en el mundo (es decir sobre las enfermedades adquiridas debido al internamiento) tienen más de medio siglo. Una de las respuestas más sensatas ha sido la recomendación de reducir al mínimo posible la hospitalización de pacientes, en especial de aquellos más vulnerables como infantes, ancianos o mujeres embarazadas. Se ha comprobado que no existe mejor ambiente para la recuperación y la convalecencia que el propio hogar, inclusive con las dificultades y limitaciones en el caso de hogares pobres.
Publicitar hospitales que parecen hoteles 5 estrellas a una población que padece necesidades apremiantes constituye una incitación a la demanda innecesaria de servicios (lo cual termina colapsando al sistema). Cualquier pobre de solemnidad que no sea el Cholito hará lo imposible por internarse en un hospital público por un simple uñero. Así tendrá la oportunidad de disfrutar de los lujos ofertados: tv. de plasma, comida de primera, dormitorios elegantes, camas galácticas.
El marketing hospitalario, del cual también peca el sector privado y el IESS, es incompatible con las políticas de prevención, autocuidado y solidaridad comunitaria que deben regir a un sistema de salud moderno y humanitario.