Marina Salvarezza. ‘El teatro me deja cicatrices’

Richard ccortez
Redacción Guayaquil

Desde  hace      33  años, cuando pisó por primera vez Guayaquil, dejando atrás su  natal Italia, Marina Salvarezza desarrolló dos de sus   pasiones: el teatro y su amor por la ciudad. Ambos han   crecido paralelamente.

En sus comienzos se involucró con el  Grupo El Juglar e inició una estrecha amistad con  José Martínez Queirolo, uno de los dramaturgos más importantes del país.  Ahora es docente en la Universidad Casa Grande y   dirige el Teatro Experimental Guayaquil.

¿El teatro en su vida?

Siempre me fascinó y  tuve mucha inclinación por la danza. Pero, para ello,  se necesita de un gran entrenamiento desde que se es   pequeña. No pude hacerlo. No pude seguir una clase con la constancia que se requiere.

¿Qué paso?

Mi papá era militar y  todos los años se cambiaba de ciudad. Estudié piano y pintura. El teatro era algo que conocía   poco y que entró en mi vida por mi voz gruesa, que tengo desde niña.

Un tono que aún mantiene

Sí. Me usaban para leer textos de historia. A los 14 años, una compañera me dijo que mi voz era adecuada para   teatro y ella me introdujo a un grupo de universitarios. Me inicié recitando gospel  y desde ahí no paré nunca.

Comenzó por su voz y  luego se formó académicamente ¿y cuando el teatro se hizo piel?

Lógicamente, de nada serviría tener una voz o un cuerpo interesante para hacer esto, si uno no tiene la pasión. Y eso se me fue formando por la disciplina que exige el teatro, el arte.

¿Y  usted se disciplinó?

Esto parecería que es algo raro ya que se asume que el artista es libre. Eso es una gran mentira. Para hacer y desarrollar arte se necesita muchísima disciplina y sacrificio. El teatro se  hace en conjunto con otra gente y eso me obligó a ser puntual, a ser curiosa, de saber más, uno se queda estancado. No concibo a un actor que no tenga curiosidad sobre todo de entrar en la psiquis de un ser humano. Eso es fundamental.

¿Por qué lo dice?

Porque muy afín al teatro es la psicología, además de una vocación como la de   médico. Es una profesión que me exige mucho. Hay una visión romántica  y equivocada de lo que es hacer arte. El actor o la actriz  deben   desarrollar una empatía con el personaje.

Personajes que como actriz se apropia, encarna y tiene la suerte de  vivir esas vidas y ‘convencer’ a la gente de ello. ¿Qué se siente?

Lo más importante del teatro es olvidarme  de lo que soy    para entrar, de verdad,  en el personaje. La transformación del actor o de la actriz empieza cuando comienzo  a buscar sus particularidades, el maquillaje, el peinado, el vestuario... De verdad, poco a poco entro en la caracterización. Es una experiencia aterradora y también desafiante. Un personaje que   viví con mucho desgarre interior fue Yocasta, en  Edipo   rey.

¿Por qué?

La altivez de esta reina, enamorada, dedicada a su familia, que de repente descubre la relación con su marido, esposo e hijo al mismo tiempo. Ahí,  no hubo marcha atrás. Es desafiante.

¿Un personaje se  abandona cuando se quita el maquillaje y    el vestuario o queda algo en la vida real?

Creo que un poco de todos los personajes se quedan. Son las cicatrices del alma. Mientras se trabaja con un personaje es una herida abierta. Es una cicatriz que la puedo abrir cuando lo vuelva a montar. Un ser humano que se dedica a esta profesión debe tener  una técnica que le permita entrar y salir de estos personajes y no estar al borde de la locura, sobre todo ocurre con los actores y actrices de cine.

¿Teatro y cine son iguales?

En el cine, el  juego interior es más grande que en el teatro. El teatro es una cuestión de energía colectiva   actor-público. En el cine es una cuestión más interior.

Siguiendo en el cine, Robert de Niro, Al Pacino,  Hilary Swank viven experiencias personales para interpretar sus roles. ¿Ud. lo ha hecho?

Sí, hay esa pasión, dentro de nuestras limitaciones. Cuando trabajé en la obra  Venecia, que se desarrollaba en un burdel, nos fuimos con todas las actrices a uno de estos sitios para ver cómo era. En otra ocasión, para una obra que no se pudo montar, fuimos al   psiquiátrico Lorenzo Ponce, para conocer cómo se mueve o se desenvuelve un loco.

En su faceta de directora, ahora no vive la vida de un personaje sino que   dirige la vida de todos ellos.

Cuando hago de directora lo asumo con mucha frialdad. Siento la responsabilidad de que todo debe fluir y que cada actor dé   lo mejor de él en el conjunto. Eso, a mí, me interesa mucho. Y para que funcione me transformo, un poco,  en un verdugo porque tengo que sacar adelante la obra. Eso no me ocurre cuando soy actriz, dejo atrás esa frialdad.

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