Mariano Cruz Ordóñez. La muerte es el fin del sueño
Flavio Paredes c.
Redacción cultura
Despacio, virtud suprema del toreo. Despacio como se apartan las reses en el campo...”, así como decía Álvaro Domeq y Díez, así se hilvanan las frases con las que el torero Mariano Cruz Ordóñez se refiere a su oficio, a su pasión. Existe una actitud solemne en su hablar, una pausa profunda antes de cada palabra.
Mi nombre es Mariano Cruz Ordóñez, soy matador de toros, igual que mi padre. Estudié en la Escuela de Tauromaquia Marcial Lalanda, en Madrid. Tomé la alternativa en diciembre de 2000.
He pisado cosos de España, Francia, México, Colombia y Perú.
Mi vida es, desde que nací en Riobamba, el 10 de marzo de 1974, el toreo. En esos momentos uno se abstrae y va aun sitio donde el sentimiento es lo único importante.
La misma pausa con la que se dan las acciones en el ruedo, el sitio donde la muerte está presente real y simbólicamente, donde varios hombres y tantas reses han caído. Pero Cruz Ordóñez es categórico: “Siento que voy a la plaza a vivir, no a morir”.
En el ruedo, ¿cuál es la relación entre usted y el toro?
Un hermanamiento. El toro es un amigo. Hay una intimidad, basada en el respeto por él, por lo que te da, por lo que deseas. Para mí es liberación. El toro es noble, en medida que te entregues, él se entrega a ti, es un confesor. El traje de luces te viste el cuerpo y te desnuda el alma. El toreo nace y muere en el instante, inicias un pase y vas conquistando la vida.
En esa sucesión de instantes, ¿hay uno para el miedo?
Es constante. Saber que tienes temor al toro y que necesitas tanto de lo que él te puede dar. El cuerpo vive una fiesta pero soy consciente de que puedo morir.
¿Qué emoción se experimenta al saber que su vida también está en riesgo?
Hay un gran deseo de sentir.Vas a hacer lo que te gusta. Piensas en la vida, en que vas a vivir, no a morir, vas con alegría. Sabes que existe un riesgo, el toro lleva la muerte en sus pitones y en su mirada, pero también lleva la vida. No torear es lo feo, es lo triste.
¿Es el torero un rebelde ante la muerte?
¿Qué es ser rebelde ante la muerte? No respetarla... No, yo la respeto muchísimo. Ahora, es muy delicado hablar de la muerte, porque es sagrada, es un instante trágico y doloroso, es un instante que es el fin del sueño y no quiero dejar de soñar.
Más que con las cornadas, ha sentido a la muerte cerca con el deceso de su amigo, el pintor Pedro Niaupari. A espaldas del matador, reposa uno de sus cuadros, Encuentro de antiguas sangres.
¿Existe satisfacción en el dar muerte?
No, para mí, matar es acabar con mi sueño. La muerte del toro es el castigo que él me da, es su rebelión, me deja sin su intimidad, me priva de compartirle.
¿Cuando veía a su padre torear también sentía miedo?
Mi padre es una persona muy especial. Cuando había toros, en la casa se vivía una fiesta, la puerta permanecía abierta. Recuerdo que después de una corrida, yo le sacaba la chaquetilla, tenía toda la espalda llena de varetazos, la camisa rota, el toro le había pegado una paliza, me impresioné mucho. Pero en la familia el toreo ha estado siempre ligado a la alegría, las otras cosas son íntimas: “la procesión va por dentro”.
Y, ¿cómo piensa en sus hijas antes de entrar a la plaza?
Como una bendición, como una cosa bonita... Cuando toreas lo haces con tu alma, que es familia, papá, mamá, mujer, hijas, es montañas y noches...
¿Que opinión le merece el verso de Miguel Hernández: “Como el toro he nacido para el luto y el dolor”?
Así es, siento que he nacido para el luto y dolor, es un destino trágico. De hecho uno vive cosas que no se pueden comparar con el toro, como la traición, que te digan y no te cumplan, que se burlen de tu lucha, de tu sacrificio... uno derrama sangre en la plaza.
Luego, el torero compara la vida del toro con la del hombre: “El tiempo que el toro está en el campo son los nueve meses que el humano está en el vientre de la madre. Con el dolor del parto, el toro sube al camión, atraviesa un túnel negro y pasa a los chiqueros.
¿Y llega la vida?
Cuando se abre la puerta de toriles, la res sale al ruedo y el hombre sale al mundo, a la luz. Entonces un torero le quita el polvo por ‘verónicas’, ¡qué importantes son las primeras caricias! El toro crece y el niño también, hasta que alguien te mete un puyazo, te jode los sueños. Viene un banderillero que te anima en la tristeza, te pellizca para que sigas adelante.
“Llega un momento, en el que brindas tu vida. En la faena se unen los cuerpos, es la comunión perfecta de tu mujer contigo, del toro y el torero, cuando se habita en el otro”. En este momento, las lágrimas bañan sus ojos, su voz empieza a apagarse, se repone y continúa: “ Pero tiene que venir la muerte lamentable.
El peor castigo que existe es la muerte. Pero ¿qué ha sido importante en todo esto?... Haber vivido”.
Concluye su reflexión, la misma que se plantea cada vez que su mano empuña el estoque y aparece la muerte. Y, en la tarde, junto a Manolo Marín, banderillero y hombre de confianza en el ruedo, toma los trapos y las espadas, camina lento. Se detiene, lanzando capotazos al aire, toreando despacio, “como se besa y se quiere, como se canta y se bebe, como se reza y se ama. Despacio.”