A la playa de Briceño ya no llegan los turistas. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO
Las 86 cabañas de madera y caña guadúa de la playa Briceño -ubicada entre el cantón San Vicente y Canoa– están abandonadas. Las sillas y las mesas del lugar están vacías. Solo se escucha el viento y el choque de las olas por estos días.
Antes del terremoto del 16 de abril pasado, había mucho movimiento. En las cabañas, los turistas se protegían del sol o descansaban. Se escuchaba música a alto volumen. Y los habitantes de la localidad aprovechaban para vender comida, recuerdos y ropa de baño, señalan los habitantes del lugar.
También había bares de comida y bebida. Ahora, apenas dos de estos lugares están abiertos. Pero no hay clientes que consuman sus productos. Solo sus propietarios pasan en el lugar. Ellos aguardan el regreso de los turistas.
María Belén Soledispa, manabita de 36 años, es dueña del Bar Restaurant The People. “En un sábado cualquiera -antes del terremoto- al lugar acudían hasta 40 personas en un par de horas. Pero tras el sismo, el lugar quedó deshabitado. La playa empezaba a parecerse en un poblado fantasma”.
María Belén decidió reabrir su local a los 15 días del desastre natural. Salió de su casa -que no sufrió daños severos en sus estructuras- junto a su madre y a su esposo para reactivar la economía del sitio. Pero desde ese día, la gente apenas ha llegado.
“Necesitamos que la gente vuelva. La playa es hermosa y las cabañas están en buen estado. Aquí se puede venir en cualquier momento”, cuenta la mujer que vio el crecimiento de esta ciudad desde hace siete años. Ella vio como, poco a poco, la localidad empezó a ser una alternativa para los que no querían ir a San Vicente o Canoa.
A Briceño se llega luego de salir de San Vicente, por el norte. Ahí hay un redondel con una vía que conduce a la playa. Apenas bastan cinco minutos en auto o 15 minutos de caminata para arribar al sitio.
Las viviendas de los moradores que residen en la zona se derrumbaron, en su gran mayoría. Ellos ahora descansan en carpas. Los hombres se dedicaban a la pesca y las mujeres preparaban comida para los turistas. También vendían productos.
Carlos Quintero es uno de los habitantes del lugar. Cuando ocurrió el temblor estaba en alta mar con su hermano José y un amigo. Entonces, sintieron la tragedia. “La balsa se movía de un lado a otro con mucha fuerza. No sabíamos si lanzarnos al agua, saltar o brincar. Parecía el fin del mundo”, relata a un costado de su casa. Lo acompañan su madre, su hermano, su esposa y su nuera.
Quintero se gana la vida con la pesca. Pero ahora ya no sale a pescar todos los días. “No hay a quien vender nada”.
Jorge Risco Mera, presidente de los prestadores de servicios turísticos, es la otra persona que reabrió su local tras el movimiento telúrico.
En un domingo su local generaba hasta USD 600 con la llegada de clientes. Este domingo solo recolectó USD 40. Pero él no se detiene. Dice que la gente volverá. Por eso, organiza una competencia pedestre 13K para junio. También un festival nacional del langostino. Para estos días vendrán quevedeños a realizar una minga en la playa, dijo. Él y algunos moradores intentarán resucitar la playa Briceño.
Las playas manabitas esperan por turistas