La tecnología no puede superar al sentido común. Es cerca de las 08:00 en la avenida Velasco Ibarra. Uno de los carriles del sentido norte-sur está en contraflujo, por lo cual solo hay una vía para ir al sur.
En los días de mayor flujo de vehículos, los conductores hacen una columna para pasar La Tola Baja. Desde ahí ya empiezan los problemas. Los conductores más respetuosos toman con tiempo la derecha y otros prefieren ingresar a la fuerza al único carril disponible. Más al sur, a la altura de El Trébol, la situación se complica drásticamente y el sentido común se pierde aún más.
Al pasar La Tola Baja nuevamente se forman tres carriles, pero al empezar la subida a la av. Napo (por el contraflujo), los conductores deben formar otra única columna. Los automovilistas forman el carril de subida a ‘punte pitazo’ y enojón. Aquí confluye el trayecto de los buses y dos de autos livianos en una suerte de embudo. No hay ni agentes de tránsito ni señalización, pero eso no debería ser lo más importante.
En otros países, tal vez más maduros en temas de movilidad, existe tecnología que facilita la circulación. Sin embargo, cuando por alguna razón deja de funcionar, por ejemplo, una intersección sefamorizada, los conductores aplican el 1×1, es decir el chofer de la derecha cede el paso al de la izquierda y viceversa. Esta norma de sentido común evita los golpes.
El clímax de este embotellamiento es el ruido de los pitazos. A finales de la década de los 60, en EE.UU. se empezó a aplicar el periodismo de precisión. Se recopilaban datos con técnicas de la estadística y la sociología y eran procesados en computadora; eran los primeros años de la informática y el periodismo.
En uno de los proyectos un grupo de estudiantes se dedicó a medir cuánto tiempo se demoraban las personas en tocar el claxon al primer conductor que está esperando la luz verde. De esta forma calcularon los niveles de paciencia de algunas ciudades. En Quito, con esa teoría, nos catalogarían de impacientes.