Los terribles acontecimientos que en estos tiempos afligen al mundo, estarían demostrando que no solo ciencias y técnicas han alcanzado cotas increíbles de desarrollo, sino, además, que la maldad se hubiera enseñoreado de la historia, Kalibán estaría triunfando y Ariel se batiría en retirada. Es evidente que el siniestro atentado del 30-S del 2001 fue talvez el mayor crimen del terrorismo moderno: el impacto de dos aviones suicidas contra las más altas torres del mayor de los rascacielos de Nueva York, orgullo de la ingeniería y poder del capitalismo contemporáneo, que se derrumbaron al instante causando 3 000 víctimas, entre ellas algunos ecuatorianos. El operativo fue planificado y coordinado desde su lejano escondite árabe por Osama Bin Laden. El mundo entero se estremeció de horror, no pocos musulmanes del planeta vibraron de júbilo, la gran potencia imperial, revestida de estoicismo, se limitó a declarar que no olvidaría este crimen sin paralelo ni lo dejaría impune, mientras sus verdaderos líderes -los que manejan el gran capitalismo sin rostro humano-, deben haberse propuesto, a juzgar por lo acaecido en estos días, tomar cumplida venganza y ejecutar tarde o temprano, y como sea, al mayor de los líderes del terrorismo. Bin Laden logró escabullirse, de escondite en escondite a lo largo de dos lustros, perseguida su presencia en todos los lugares donde pudiera ocultarse, hasta que un reducido operativo, de alta precisión, tecnología y velocidad, logró detectarle por la noche y liquidarle con dos certeros disparos, al corazón y al cráneo. La noticia la dio casi en seguida el presidente Obama, apartado de triunfalismo, recordando que Norteamérica había jurado no olvidar el crimen del 9-11, y disponiendo que no se diesen a publicidad las fotos del cadáver del terrorista, más por salvaguardar al pueblo usamericano del horror de mirarlo, que por rechazo a la antihumana realidad de esos sangrientos despojos, que ordenó tuviesen por tumba la inmensidad del océano.
Pese al muy complejo tema, que desatará un ir y venir de sangrientas represalias, considero que, cuantos admiramos a EE.UU. y particularmente los ideales de los Padres Fundadores, debemos lamentar con espíritu crítico las desviaciones y errores que la acumulación de riquezas y el bienestar de la sociedad opulenta han desarrollado en la sociedad más avanzada del planeta, haciendo talvez de ella una de las más deshumanizadas, con perjuicio de la Justicia y el Derecho. Nos hubiera gustado que el caso Bin Laden hubiera terminado con sujeción a las normas del Ius Gentium, creado para evitar el abuso del más fuerte contra los débiles, sin invadir territorios soberanos, con sujeción del acusado al debido proceso y con derecho a la legítima defensa pese a que él mismo se puso al margen de aquellas normas. ¡Aunque el Mal obre mal, el Bien debe siempre obrar bien!